martes, 8 de noviembre de 2011

MONACO, NICE y CANNES

Después de cuatro horas y media de viaje bajo lluvia, llegamos a Mónaco. Unos kilómetros antes ya había dejado de llover, y entre tantos túneles y puentes, podíamos apreciar la vista hacia el azul Mar Mediterráneo.

Mónaco, es un estado independiente, por lo que no forma parte de Francia como la mayoría se piensa. Es increíble cómo un territorio tan pequeño, inmerso en un país tan grande como Francia, tenga independencia política, económica y social.

Empezamos a transitar las calles empinadas de la ciudad, y nos empezamos a topar con tramos del circuito de Fórmula Uno que se celebra todos los años en Monte Carlo. Me parecía mentira estar manejando y pisando esa banquina roja y blanca por donde han hecho roncar sus motores los Ferraris y los Mc Clarens.


Llegamos hasta la costa, y estacionamos el auto en la rambla. Fue bajar del mismo, y las nubes se dispersaron un poco, y el sol hacía relucir el color del mar con un enorme arco iris en el horizonte.

Caminamos un largo rato por la rambla, hasta que empezó a garuar, y volvimos al auto. En el trayecto vimos enormes y lujosos yates y veleros que se encontraban amarrados en el pequeño puerto de la ciudad.

Dada por terminada nuestra visita, decidimos ir hasta Cannes, pero para no pagar peaje, elegimos la ruta que nos llevaría por toda la costa. Pucha que es lindo el sur de Francia! Altos acantilados con casas que parecen estar colgadas, hacen de ese lugar un hermoso paisaje.

Pasamos por Nice, y empezamos a recorrerlo rápidamente en el auto. Comenzó a anochecer, y al toparnos con un Motel sobre la rambla, nos hospedamos esa noche allí, y al otro día en la mañana seguiríamos camino hacia Cannes.

Ya instalados, empezó una tormenta eléctrica de aquellas. La ventana del dormitorio vibraba con el viento y con cada trueno. Teníamos vista al mar, pero sus enormes olas lo hacían lucir furioso y rabioso.

Prendimos la televisión, y empezamos a ver las noticias que no dejaban de hablar de las terribles inundaciones de Génova, Italia, y de las alertas de inundaciones en la costa del sur francés. Fue en ese momento cuando ver el mar por la ventana nos dejó de gustar, y tras cerrar la cortina, como queriendo que desaparezca la tormenta, apagamos la luz, y nos dormimos no tan tranquilos.

Al otro día, amanecimos, y si bien al auto no se lo llevó la corriente, un enorme charco en el estacionamiento hizo despertar mi ingenio temprano en la mañana para evitar mojarme los pies.

Salimos, y al tomar la rambla para seguir nuestro camino, resulta que ésta, estaba cerrada pues las furiosas olas que veíamos por la ventana, hicieron de las suyas y rompieron gran parte de la vereda, y dieron vuelta algún bote que andaba por allí.

Con ese panorama, nos desviamos, pero siempre evitando la autopista. La cuestión es que todos los caminos de la costa estaban cerrados porque estaban inundados. Una de dos, o aquí los desagües son pésimos, o había llovido una barbaridad.

En definitiva, ya medios nerviosos tomamos la autopista hasta llegar a Cannes. Esta ciudad balneario, que ya está en baja temporada, no relucía como uno se la imaginaba. Paseamos siempre andando en el auto, pues lloviznaba y nos daba pereza tener que andar con el paraguas en la mano.

Una peculiaridad de esta zona es que las casas están todas pintadas en colores cremas. No sabemos si será por ley o qué, pero lo cierto es que quedan muy pintorescas verlas todas del mismo color, tanto en Mónaco, como en Nice y en Cannes.

Sólo contarles que fuimos hasta donde se había producido hacía apenas unos días la reunión del G20, aquella en la cual el presidente francés catalogó a Uruguay como “paraíso fiscal”. Creyendo que en ese mismo lugar es donde se despliega una enorme alfombra roja al conmemorarse anualmente el gran Festival de Cannes, nos fotografiamos subiendo la escalera, claro está que sin la alfombra.

Después de estas fotos, nos empezamos a dirigir hasta Avignon, en un viaje que empezamos bajo un diluvio torrencial que hacía que el limpiaparabrisas no diera a vasto en sacar el agua del vidrio en su máxima velocidad. Viendo prácticamente muy poco, a una velocidad acorde al riesgo, manejaba sobre una autopista inundada, donde la formación de charcos hacía patinar el auto pese a la baja velocidad.

Por suerte la autopista cambió a una impermeable, y después de unos cuantos minutos, el agua disminuyó considerablemente, haciendo el viaje más confortable y seguro. 

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