miércoles, 9 de noviembre de 2011

LLEGADA A BARCELONA

Cuando nos empezamos a acercar a España, comenzamos a escuchar la radio con gran entusiasmo, es que ya encontrábamos algún dial de habla hispana. Después de tantos meses comunicándome en inglés, y en el viejo y querido idioma de las señas o mejor dicho de las mímicas, ahora, podría empezar a hablar con el cajero del supermercado, con el chofer del ómnibus, con el almacenero, o con el simple ciudadano, en un idioma tan lindo y tan querido como el español.

Pero leyendo el título de esta publicación, se puede decir que me apuré en escribirlo, pues antes de llegar a Barcelona, primero pasamos por Girona. Es que en realidad, lo que más quiero en esta oportunidad, es contarles sobre nuestro primer día experimentado en la ciudad mediterránea de Barcelona.

Por eso contaré brevemente nuestro pasaje por Girona, que no fue más breve que este párrafo, pero que de todas formas sólo nos limitamos a visitar las orillas del río que atraviesa la ciudad, y de caminar algunos minutos por unas angostas y empedradas calles hasta toparnos con una gran escalera que nos dirigía a una enorme catedral. Allí dimos por culminada nuestra visita a este lugar.

Después de una hora de autopista, llegamos a Barcelona, pasamos por el centro de la ciudad, y tras hacer un pequeño surtido de la basta variedad de alimentos sin gluten, nos dirigimos al hostal que había reservado por internet para alojarnos tres noches.

Lo que nos sucedió en ese hostal, acaparó toda la atención del día, por no quitarle la “a” al sustantivo anterior y decir directamente toda la “tensión”.

El caso es que el hostal quedaba a media hora de la ciudad, y después de subir por empinadísimas y desérticas calles en el medio de un barrio no tan seguro, llegamos a un portón, lo cruzamos, y entramos a un predio cercado con altos y tenebrosos alambrados.

En la recepción, nos dio la bienvenida una simpática señora y nos dio la llave de la habitación. Para llegar a la misma, debíamos ir hasta el restaurante ubicado unos quinientos metros colina arriba, pues las habitaciones quedaban en los pisos de arriba del restaurante; pero primero debíamos dejar el auto unos cien metros antes de llegar a la puerta de dicho restaurante.

Entramos, y allí fue donde todo ocurrió. Las personas que allí se encontraban trabajando, desviaron al unísono todas sus miradas hacia nuestra humanidad. Con sus miradas perdidas, nos observaban y giraban sus cabezas hasta nuestra dirección.

Nos sentimos desorientados, y al preguntar sobre nuestra habitación, un joven dio un paso adelante y se ofreció a llevarnos. En el camino nos enseñó la cocina donde podríamos cocinar nuestro almuerzo, y fue allí donde piropeó a Cecilia con un “te arreglaste la boquita, que divina”. Cecilia no entendió lo que el muchacho había dicho, por lo que pese a mi indignación, el silencio me pareció lo más adecuado ante dicha situación, y seguimos camino a nuestro dormitorio.

Nos encontrábamos subiendo la escalera cuando éste joven nos aconsejaba no dejar nada fuera del casillero, incluso durante la noche. También nos aconsejaba dormir con la puerta y las ventanas trancadas pues aseguraba que alguien había entrado durante la noche robando las pertenencias de los huéspedes.. Esto último lo escuchó la persona que estaba limpiando el piso, y empezó a repetir “no, no dejen nada, no dejen nada” con una voz tan grave que al voltearme para verlo, me miraba con la frente hacia abajo, y los ojos hacia arriba, y negaba con la cabeza, dejando sus ojos clavados en los míos.

Llegamos al cuarto, cerramos la puerta, y al mirarnos con Cecilia, no hizo falta decirnos nada, que descubrimos en el otro, la imperiosa necesidad de salir como despavoridos de ese lugar, donde todas las personas con la que nos cruzábamos, con excepción de la recepcionista, nos quedaban mirando con sus ojos perdidos, y nos hablaban siempre pronunciando las vocales por varios segundos.

En este escenario, nos encontrábamos indefensos, Cecilia y yo, en el medio de lo que parecía ser un centro psiquiátrico perdido en la cima de una lejana colina de Barcelona.

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