Dejamos atrás Verona, y nos dirigimos hacia Mestre, ciudad previa a llegar a Venecia. Allí en Mestre, fuimos al mismo camping que habíamos ido con mis amigos, pues también tenían unas especies de pequeñas cabañas con baño y cocina que para estar con Cecilia era más confortable. Podíamos dejar el auto en el camping, e ir hacia Venecia en ómnibus en menos de diez minutos.
De más está contarles que las únicas calles por donde circulan vehículos en Venecia, son las que componen una plaza llamada Roma. Desde ahí, tenés que moverte a pie, o en los taxi botes, o en los bus botes, y para los que andan mejor de presupuesto, en góndolas.
Después de instalarnos en el camping y de cocinar para almorzar, nos fuimos, paraguas en mano, hacia una de las ciudades más famosas del mundo.
Empezamos a caminar por esas calles angostas y pintorescas, cruzábamos puentes sobre los canales que componen el fiel paisaje de Venecia, y Cecilia se emocionaba de estar allí; y yo, seguía maravillándome pese a ser ésta, la tercera vez que visitaba esta ciudad. La primera fue hace siete años con mi hermana, y la segunda fue apenas un mes atrás con mis amigos.
Nos reíamos de ver a la gente intentando localizar en el mapa, con la mano en su mentón, la ubicación en la cual se encontraban. Nos reíamos porque aquí es imposible orientarse con un mapa. Lo que hay que hacer, es ver los carteles de las paredes que indican cual es la siguiente calle a tomar para ir al Puente de Rialto, o a la Plaza de San Marco, y de regreso, leer Ferrovía, o Plaza Roma (donde nos dejaba el ómnibus).
Claro está que si te hospedas en un hotel perdido en el medio de las callecitas y canales de Venecia, tendrías que preguntar en cada comercio que veas si conocen el hotel. Porque con un mapa no creo que se tenga demasiada suerte.
Yo creo que lo lindo de Venecia precisamente es perderse e ir recorriendo y admirando cómo hay personas que pueden vivir en ese lugar con tantos turistas, y con tanta humedad.
Llegamos al Puente de Rialto, desde donde se tiene una vista típica de la ciudad. Empezó a llover fuerte, y abrimos los paraguas para protegernos del agua. Ni que hablar que este tipo de paisaje con lluvia no era muy alentador, pero intentaba mantener la calma y la alegría pues era la primera vez que Cecilia veía la ciudad.
Seguimos caminando, y llegamos a la tan ansiada Plaza de San Marco. Muchísimas palomas revolotean la zona. Y los turistas, principalmente los japoneses, como si nunca hubiesen visto un ejemplar de esta ave gris que habita en cada plaza de cada ciudad del mundo, se sacaban miles de fotos con ellas, en vez de fotografiarse con las góndolas, las cuales sí son únicas y hermosas.
En fin, nosotros nos encontrábamos allí, disfrutando de la ciudad, con la lluvia que ya había cesado.
Fuimos a ver el Puente de los Suspiros, que es otra cosa que reúne multitudes, pero lo estaban restaurando, lográndose ver solo asquerosas cuerdas y andamios.
Luego de un rato, retomamos camino hasta la Plaza de Roma. Agotados de tanto caminar, nos tomamos el ómnibus, y descansamos cómodamente en la cabañita del camping.
Pero señores, no podía permitir que Cecilia se vaya de Venecia teniendo fotos con el paraguas sobre su cabeza. Por eso, decidimos quedarnos un día más, pues garantizaban cielo despejado para el siguiente día.
Fue así, como después de almorzar, y con el sol delante de algunas escasas nubes, volvimos a Venecia, y caminando nos volvíamos a perder entre sus callecitas y canales. Los paisajes ciudadanos eran más lindos en este soleado día, y nosotros aprovechábamos para fotografiarnos formando parte de dicho entorno.
Al cabo de unas horas, volvimos al camping, donde pasamos nuestra última noche, previo a visitar otra importante ciudad italiana: Florencia.
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