Llegamos a Paris, y entre tantas cosas, decidimos ir uno de los días que nos quedábamos en la ciudad luz, hacia Versalles, a tan sólo unos veinte kilómetros del centro de la ciudad.
Creo no hace falta explicar lo que es Versalles, pero nunca está de más comentar algo para aquellos lectores despistados.
En el Siglo XVII, el entonces rey francés Luis XIV, agobiado de la ciudad, sintiéndose asfixiado por las calles empedradas y la muchedumbre, manda a construir un palacio a las afueras de París, donde pudiera cazar, cabalgar, y sentirse como debería sentirse un verdadero rey.
Es así, que dejando el palacio donde vivía en la ciudad sobre las orillas del Sena (el hoy día Museo del Louvre), empieza a vivir en Versalles. Allí, todo es excesivamente lujoso dejando ver el derroche de dinero ante un pueblo que empezaba a ver con recelo la monarquía, y comenzaba a introducir la palabra “república” dentro de su vocabulario cotidiano.
Tanto las personas ciudadanas de la comunidad europea, como los periodistas, entran sin abonar entrada alguna a todo el recinto, tanto al palacio como a los jardines.
Comenzamos nuestra visita por el primero, recorriendo con un audio guía sus enormes salones recubiertos de mármol y finos tapices. También relucían las estatuas, cuadros y frescos que no dejaban que una pared o un techo murieran en la simpleza de lo que son. Por lo tanto, no existía un solo centímetro que no tuviera un minucioso decorado.
Llegamos al salón de los espejos. Sinceramente me imaginaba muchos más espejos de los que habían, de todas formas no dejaba de ser un salón muy bonito. Pero a mi, me interesaba más el hecho de saber que allí se había firmado el Tratado de Versalles al culminar la Primera Guerra Mundial, que el hecho de que Luis XIV y posteriormente Luis XV, deambulaban y ostentaban de su poder caminando por ese piso de parquet.
Pensar que allí, la Alemania derrotada, quedaba profundamente endeudaba tanto moral como económicamente por su responsabilidad en dicha guerra.
Seguimos recorriendo el palacio, y después de conocer el dormitorio del rey, distinto al dormitorio de la reina, seguimos por un corredor lleno de pinturas espectaculares que al verlas, parecían estar pintadas en tres dimensiones, como que las figuras sobresalían del plano del lienzo.
Dejamos el palacio con una mezcla de sensaciones; maravillados de tanto lujo, pero a su vez, horrorizados del mismo.
Luego llegó el turno de los jardines. Empezamos a caminar por el extensísimo parque, pero descubrimos que las estatuas desperdigadas por ahí, se encontraban todas cubiertas, que las fuentes estaban apagadas, y que la vegetación estaba descuidada.
Tal vez es tanta la expectativa con la que uno viene a perderse en los tan famosos jardines de Versalles, que al verlos en tan deplorables condiciones, hace que no le parezcan lindos en lo más absoluto.
Somos concientes de la época del año en la que fuimos. Tal vez el frío del invierno perjudique las estatuas, razón por la cual estaban todas cubiertas; que aprovechen esta época para limpiar las fuentes por eso estaban todas apagadas; y que quien diseñó los jardines, no haya plantado árboles con hojas perennes para que al menos en esta estación del año, no se vea todo pelado.
La cuestión es que paseamos por los jardines, pero al ver todo esto, desistimos de conocer otras partes del gigantesco predio, y abandonamos Versalles para volver al centro de Paris. En el camino, comentábamos con Cecilia que el jardín del palacio de Villandry cerca de Tours, había sido muchísimo más hermosos que el de Versalles a pesar de ser cien veces más pequeño.
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