jueves, 24 de noviembre de 2011

ESTADOS UNIDOS – NUEVA YORK – Parte II

Me desperté muy temprano en la mañana, y antes de que abriera el desayuno, ya estaba levantado para empezar a recorrer otros sitios a donde no habíamos ido en los días anteriores.

Esta vez, en soledad, me mezclaría con los neoyorquinos, con el ruido de la ciudad. Debo decirles que a toda hora hay tráfico, siempre gente amontonada para cruzar las esquinas, tomar un subte, o simplemente caminando por las veredas.

Como amenazaba a llover, me fui al Museo de Historia Natural en subte. De todos los metros que he andado a lo largo de este viaje, me atrevería decir que el de Nueva York, es el más espantoso por el que me he movido. Sucio, ratas, goteras, bullicioso, difícil de entenderlo.

Llegué al museo, entré de manera gratuita, y ya de pique me perdí en su inmensidad. Fui a la parte del espacio, pudiendo ver y tocar un enorme meteorito de millones de años, que se dio contra la tierra a principios de siglo. Seguí deambulando, pero perdido, no veía nada interesante que me atrapara. Pero llegué al piso de los dinosaurios, y allí me quedé largo rato.


Es que llama mucho la atención su tamaño, pero a su vez, cómo exponen todos sus huesos armados, pudiendo apreciar su verdadero tamaño. Después de dos o tres horas, me fui rumbo al Rockefeller Center. Un edificio altísimo, rodeado de calles comerciales. Por allí, se encuentra Rockefeller Plaza, donde está la famosa pista de hielo, y el árbol navideño. Aquellos que hayan visto “Mi pobre angelito”, sabrán de lo que les hablo. Lamentablemente, aún no estaba terminado, con lo que sólo se divisaba la estrella de la punta entre los andamios.

Seguí caminando, por Broadway, por la Quinta Avenida, y por calles laterales. Pasé por Time Square, aquella plaza que les comentaba en la publicación anterior que está llena de luces y de pantallas gigantes de alta definición con permanentes publicidades.

Seguí caminando y llegué a uno de los edificios más emblemáticos de la gran manzana, y qué mejor oportunidad para fotografiarme comiendo dicha fruta a los pies del Empire State. Sinceramente hay muchísimos edificios más bellos que este en la ciudad, pero con saber que durante cuarenta años fue el edificio más alto del mundo, ya se merece la admiración. En verdad vale la pena mirarlo por la noche, cuando es iluminado con diversos colores, según el tema del día.


Seguí caminando, y cuando el sol se empezaba a ocultar por detrás de las moles de cemento, me fui al hostal a descansar de otro día agotador, donde mis pies fueron mi única compañía.

Ya el penúltimo día en esta ciudad, y de este viaje, también me levanté antes de que sonara el despertador, y tras desayunar, comencé a caminar por el barrio Chelsea donde se encuentra el hostal.

Calles algo más angostas que el resto, árboles a ambos lados, y las famosas escalinatas que van de la vereda hasta la puerta de las casas. Típico barrio neoyorquino que uno ve en las series de televisión o en las películas.

Sin suerte de ver a Sarah Jessica Parker, seguí camino rumbo a otro barrio de la ciudad, a Soho. Es un barrio comercial, pero los jueves aquí en la manzana está todo cerrado, hasta el tráfico y la muchedumbre, que les comentaba al principio, desaparecen estos días de la semana. Por momentos me encontraba caminando solo, con lo que buscaba uuna calle con más movimiento, pues uno nunca sabe.

Paso tras paso llegué a Little Italy, barrio con restaurantes y comercios italianos, donde la pizza y la pasta son los platos principales del barrio. Se nota la influencia tana en el lugar, pues se escuchan gritos de una vereda a la otra, risas, gesticulaciones con las manos, mientras los neoyorquinos de otros barrios, se limitan a ir con las manos en los bolsillos enchufados a los auriculares de su último modelo de celular.

Al llegar a una esquina, me encontraba en el límite entre el barrio italiano y el Chinatown. El griterío aumentaba, y ya se veían personas con rasgos orientales caminando por las angostas veredas. El olor típico de los comercios asiáticos hizo que por momentos me sintiera caminando, como supe hacerlo hace ya varios meses, por ciudades del sudeste asiático. Pescados, verduras y patos laqueados se olían y se veían en esas sucias calles de Chinatown.

Mirando el mapa me sorprendía de la cantidad que había caminado. Antes de dejar este barrio, me atreví a regatear el precio de una remera. Es que si verdaderamente estaba en un barrio chino, el regateo debería ser el arte que se maneja en todos los comercios. Y no estaba errado. Me pude ahorrar la mitad del precio que me ofrecía por una sencilla remera de Nueva York.

Para variar, seguí caminando y pasé por la punta del puente de Brooklyn, a esta zona ya había venido con Martín y Marcelo, pero aún era temprano así que decidí recorrerla de nuevo.

Llegando a la zona cero, entré a la iglesia de San Pablo, la cual quedó intacta al caer las torres gemelas. Allí se pueden mirar fotos y uniformes de bomberos de aquel once de Setiembre. Seguí caminando y me topé nuevamente con los manifestantes de Wall Street. Allí, entré y me serví una botellita de agua, pero no quise comer las bandejas que daban, pues ya había almorzado en el barrio italiano.

Seguí camino hacia la famosa calle financiera, pasé otra vez por el toro icono de Wall Street, y cansado ya de caminar, me tomé el metro para el hostal.

Después de la siesta obligada pues el cansancio era muy grande, me encuentro escribiendo mi penúltima publicación de este blog que lleva ya casi veintiséis mil visitas.

Mañana será el último día en la ciudad, pero cerca del mediodía estaré yendo hacia el aeropuerto en busca de ese avión que me lleve hacia mi querido Uruguay. Son horas difíciles, es verdad, pero trato de vivirlas a pleno, para no pensar mucho en lo que significa la vuelta.

Pero lo cierto es que mañana, deberé volver…

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