“…
Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida.
Tengo miedo de las noches
que pobladas de recuerdos
encadenen mi soñar.
Pero el viajero que huye
tarde o temprano
detiene su andar.
Y aunque el olvido
que todo destruye
haya matado mi vieja ilusión,
guardo escondida
una esperanza humilde
que es toda la fortuna
de mi corazón.
Vivir
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez.
…”
Cuando nunca me imaginaba estar escribiendo este capítulo, me encuentro haciéndolo con los ojos tan llenos de lágrimas, que debo esperar unos segundos a que caigan para poder seguir con este relato que tanto dolor me causa.
¿Qué más agregar de lo que cantó alguna vez nuestro querido Carlos Gardel? Es inevitable la vuelta, pero también es inevitable la nostalgia de lo vivido durante este año 2011. Por suerte, cuando de un tiempo a esta parte tome coraje para leer todo lo que he escrito en este blog, podré recordar y revivir con lujo de detalles todo lo que viví, todo lo que disfruté.
Ahora, a tan sólo unas horas de tocar nuevamente suelo Charrúa, me invade una incertidumbre sobre mi futuro. Es que todos mis planes los proyectaba hasta el viaje. Pero ahora el viaje ya está en el pasado. ¿Qué viene ahora? Tendré que empezar a buscar trabajo, pero ya con la tranquilidad de estar recibido de Contador Público. Tendré que comenzar a fijarme otros objetivos, otras prioridades, otros sueños.
No se imaginan la inmensa tristeza pero a su vez la inmensa felicidad que tengo en toda mi humanidad. Es algo tan difícil de explicar. Tristeza, porque lo que soñé durante años, vino y ya se fue. Pero feliz, porque lo supe disfrutar intensamente, y lo pude compartir con todos ustedes. Feliz, porque sé que a mi vuelta, me esperan muchas personas con las cuales nos amamos y queremos incondicionalmente.
Han pasado casi nueve meses desde que me desprendí de todas estas personas que amo, para atreverme a convertir un sueño de años, en una realidad que jamás olvidaré.
Miro hacia atrás, y veo a un Juanchi inmaduro, por momentos hasta egoísta, pensando sólo en su sueño y nada más. Hoy, viéndome a mi mismo, logro ver y reconocer a otro Juanchi. Uno más maduro, y orgulloso de saber que uno de los grandes objetivos de su vida fue cumplido con total éxito, y que ese éxito no solo dependió de él, sino que también formaron parte importante cientos de compañeros, decenas de amigos y familiares, y muchos desconocidos que también participaron para que esto que vivió, lo haya podido hacer con la felicidad esperada.
Recuerdo cuando empezamos con el Chelo, Nacho y Matías esta aventura, cuando se nos unió el Ciervo, cuando me uní al Grupo, cuando terminó. Cuando comencé la camioneta con Jota, Pablo y Santiago. Cuando vi a mis padres y a mi hermana con su beba en brazos.
Pero, como cantara Tango Feroz, “todo tiene un final, todo termina…”.
Todos hermosísimos recuerdos, algunas anécdotas divertidas, otras peligrosas, y otras tristes, pero lo importante fue haber disfrutado cada momento, haber vivido estos doscientos setenta días con el entusiasmo que se merecían.
Fueron muchos días lejos de casa, pero también fueron muchos días conociendo diversas culturas, religiones, costumbres, personas y lugares. Esto es lo más académico del viaje. Intercambiar palabras con las personas de cada lugar. Hablar distintos idiomas, y hacerse entender.
Leyendo revistas de turismo, me doy cuenta de lo privilegiado que soy de haber podido conocer todo lo que conocí. Cuando doy vuelta las páginas de estas revistas, descubro que los destinos que muestran y promocionan, fueron parte de mi extenso itinerario de nueve meses de duración.
Muchas veces veía parejas de veteranos paseando por donde yo también lo estaba haciendo, y ahí, en ese momento, mi mente empezaba a pensar y a valorar la posibilidad de estar viajando. Cuántos años habrán tenido que esperar esos veteranos, para que unidos de la mano, hayan podido viajar hacia esos remotos lugares. Yo, en cambio, con apenas veintiséis años, ya estaba allí, y sentía muchas veces que deberían ser otras las personas que estuviesen en mi lugar. Mis abuelos, mis tíos, o mis propios padres, quienes trabajaron y trabajan arduamente día a día, y tal vez nunca lleguen a conocer lo que un “pendejo” de veintiséis ya conoció.
Estuve en los cinco continentes. De América conocí Estados Unidos, las ciudades de Miami, Fortlauderdale, San Francisco y su parque Yosemite, Hawaii donde viví la trágica experiencia de tener que evacuar del hostal por riesgo de tsunami a causa del terrible terremoto de Japón, y también estuve en la manzana de Nueva York.
De Oceanía, la isla sur de Nueva Zelanda, las ciudades de Christchurch cuando había sido recientemente devastada por un terremoto, Queenstown con sus lagos y montañas, Hokitika, Punakaiki, Nelson y su parque Abel Tasman. También paseé por Sydney en Australia.
En Asia estuve muchísimo tiempo. Visité Singapur. En Indonesia conocí Bali tanto sus playas como su volcán y sus terrazas de arroz, Yakarta, Medan, Bukit Lawang en la selva de Sumatra. Admiré las Torres Petronas en Kuala Lumpur, capital de Malasia.
¿Qué decir de mi pasaje por Filipinas? Conocí su capital Manila, y su isla de Palawn donde me enamoré de Puerto Princesa, Honda Bay y el paradisíaco El Nido.
En ese momento, me encontraba en una encrucijada con respecto a lo que hacer con Japón, pues la radiación estaba haciendo estragos, y para dejar tranquilos a todos, desistí de tan remoto país.
Fui a China, a la gran muralla en Beijing, a Xi-An con sus famosos soldados de terracota, a Shanghai. Conocí Hong Kong.
Incursioné en un territorio lleno de historia y de dolor como el de Vietnam, las ciudades de Ho Chi Minh, Hoi An, Hanoi, y la bahía de Halong.
Camboya también formó parte del itinerario, visitando Siam Rep. De Tailandia conocí Bangkok, Phuket, Phi Phi, y el famoso Río Kwai.
Después fue el turno del humilde Nepal, las ciudades de Katmandú, el Parque Chitwan y Pokhara. De la pobre pero a su vez rica India conocí Varanasi con el Río Ganghes, Nueva Delhi, Amber, Jaipur, Fatehpursikri, y Agra con su Taj Mahal.
De Emiratos Árabes visité Dubai donde me diagnosticaron cálculos en los riñones, y su capital Abu Dabi.
Llegó el turno de África, conociendo únicamente el país de las pirámides, Egipto. Las ciudades de El Cairo, Luxor, y otras que conocí en las diversas paradas que realizaba el crucero que nos llevaba río abajo por el Nilo. También fui a su balneario Sharm El Sheik con el intenso azul del Mar Rojo.
Volvimos a meternos en Oriente, yendo a Jordania, a Aqaba, Wadirum, y al imponente Petra. Cruzamos hacia Israel, conociendo el Mar Muerto donde se flota parado, Jerusalén, Cesárea, Haifa, Nazareth, y Tel Aviv. También incursionamos en suelo palestino visitando Belén.
Como punto medio entre Asia y Europa, fui a Turquía, las ciudades de Estambul, Cappadocia, Pamukkale y Kusadasi.
Ya en Europa, me limitaré a nombrar sólo los países por los que anduve, pues al mencionar las ciudades, entraría en un relato aburrido para ustedes los lectores: Grecia, Inglaterra, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia, Rusia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa, Austria, Eslovaquia, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Italia, Suiza, Luxemburgo, Mónaco y España.
Cuarenta y siete países, más de ciento cincuenta ciudades y lugares. Pucha que son dos números que jamás olvidaré. Bordadas están en mi mochila (“La Abanderada”) las banderas de cada una de estas naciones independientes. Una a una las fui cociendo. Ahora, al mirar la mochila, veo la dimensión de este viaje.
En fin, sólo me resta agradecerles a todos por su fiel seguimiento, y todo su apoyo. Terminaré este párrafo con un punto final para dar por terminado el viaje, y con él, este blog. Pero pensándolo bien, sería hipócrita de mi parte pensar que este viaje ha culminado. En realidad, la propia vida es un gran viaje. Muchas veces se vuelve rutinario, yendo de la casa al trabajo, y del trabajo a la casa; esperando esas vacaciones merecidas una vez al año. A veces, se tiene el privilegio de viajar por nueve meses, pero eso es un detalle nada más. Lo más importante es que la vida sigue, el viaje sigue. Ya no sabremos con exactitud el itinerario a cumplir, pero el destino lo iremos forjando día tras día con las personas que amamos. Por eso, nada de puntos finales, esto no culmina, pero tampoco comienza. Tan sólo continúa. ¿Qué mejor que finalizar de redactar esta última publicación con unos buenos puntos suspensivos? A ustedes ahora, sólo les restará imaginarse cómo seguirá mi viaje…