viernes, 25 de noviembre de 2011

Y LLEGÓ EL FINAL

“…

Tengo miedo del encuentro

con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida.

Tengo miedo de las noches
que pobladas de recuerdos
encadenen mi soñar.

Pero el viajero que huye
tarde o temprano
detiene su andar.

Y aunque el olvido
que todo destruye
haya matado mi vieja ilusión,

guardo escondida
una esperanza humilde
que es toda la fortuna
de mi corazón.


Vivir

con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez.


…”

Cuando nunca me imaginaba estar escribiendo este capítulo, me encuentro haciéndolo con los ojos tan llenos de lágrimas, que debo esperar unos segundos a que caigan para poder seguir con este relato que tanto dolor me causa.

¿Qué más agregar de lo que cantó alguna vez nuestro querido Carlos Gardel? Es inevitable la vuelta, pero también es inevitable la nostalgia de lo vivido durante este año 2011. Por suerte, cuando de un tiempo a esta parte tome coraje para leer todo lo que he escrito en este blog, podré recordar y revivir con lujo de detalles todo lo que viví, todo lo que disfruté.

Ahora, a tan sólo unas horas de tocar nuevamente suelo Charrúa, me invade una incertidumbre sobre mi futuro. Es que todos mis planes los proyectaba hasta el viaje. Pero ahora el viaje ya está en el pasado. ¿Qué viene ahora? Tendré que empezar a buscar trabajo, pero ya con la tranquilidad de estar recibido de Contador Público. Tendré que comenzar a fijarme otros objetivos, otras prioridades, otros sueños.

No se imaginan la inmensa tristeza pero a su vez la inmensa felicidad que tengo en toda mi humanidad. Es algo tan difícil de explicar. Tristeza, porque lo que soñé durante años, vino y ya se fue. Pero feliz, porque lo supe disfrutar intensamente, y lo pude compartir con todos ustedes. Feliz, porque sé que a mi vuelta, me esperan muchas personas con las cuales nos amamos y queremos incondicionalmente.

Han pasado casi nueve meses desde que me desprendí de todas estas personas que amo, para atreverme a convertir un sueño de años, en una realidad que jamás olvidaré.

Miro hacia atrás, y veo a un Juanchi inmaduro, por momentos hasta egoísta, pensando sólo en su sueño y nada más. Hoy, viéndome a mi mismo, logro ver y reconocer a otro Juanchi. Uno más maduro, y orgulloso de saber que uno de los grandes objetivos de su vida fue cumplido con total éxito, y que ese éxito no solo dependió de él, sino que también formaron parte importante cientos de compañeros, decenas de amigos y familiares, y muchos desconocidos que también participaron para que esto que vivió, lo haya podido hacer con la felicidad esperada.

Recuerdo cuando empezamos con el Chelo, Nacho y Matías esta aventura, cuando se nos unió el Ciervo, cuando me uní al Grupo, cuando terminó. Cuando comencé la camioneta con Jota, Pablo y Santiago. Cuando vi a mis padres y a mi hermana con su beba en brazos. 

Pero, como cantara Tango Feroz, “todo tiene un final, todo termina…”.

Todos hermosísimos recuerdos, algunas anécdotas divertidas, otras peligrosas, y otras tristes, pero lo importante fue haber disfrutado cada momento, haber vivido estos doscientos setenta días con el entusiasmo que se merecían.

Fueron muchos días lejos de casa, pero también fueron muchos días conociendo diversas culturas, religiones, costumbres, personas y lugares. Esto es lo más académico del viaje. Intercambiar palabras con las personas de cada lugar. Hablar distintos idiomas, y hacerse entender.

Leyendo revistas de turismo, me doy cuenta de lo privilegiado que soy de haber podido conocer todo lo que conocí. Cuando doy vuelta las páginas de estas revistas, descubro que los destinos que muestran y promocionan, fueron parte de mi extenso itinerario de nueve meses de duración.

Muchas veces veía parejas de veteranos paseando por donde yo también lo estaba haciendo, y ahí, en ese momento, mi mente empezaba a pensar y a valorar la posibilidad de estar viajando. Cuántos años habrán tenido que esperar esos veteranos, para que unidos de la mano, hayan podido viajar hacia esos remotos lugares. Yo, en cambio, con apenas veintiséis años, ya estaba allí, y sentía muchas veces que deberían ser otras las personas que estuviesen en mi lugar. Mis abuelos, mis tíos, o mis propios padres, quienes trabajaron y  trabajan arduamente día a día, y tal vez nunca lleguen a conocer lo que un “pendejo” de veintiséis ya conoció.

Estuve en los cinco continentes. De América conocí Estados Unidos, las ciudades de Miami, Fortlauderdale, San Francisco y su parque Yosemite, Hawaii donde viví la trágica experiencia de tener que evacuar del hostal por riesgo de tsunami a causa del terrible terremoto de Japón, y también estuve en la manzana de Nueva York.

De Oceanía, la isla sur de Nueva Zelanda, las ciudades de Christchurch cuando había sido recientemente devastada por un terremoto, Queenstown con sus lagos y montañas, Hokitika, Punakaiki, Nelson y su parque Abel Tasman. También paseé por Sydney en Australia.

En Asia estuve muchísimo tiempo. Visité Singapur. En Indonesia conocí Bali tanto sus playas como su volcán y sus terrazas de arroz, Yakarta, Medan, Bukit Lawang en la selva de Sumatra. Admiré las Torres Petronas en Kuala Lumpur, capital de Malasia.

¿Qué decir de mi pasaje por Filipinas? Conocí su capital Manila, y su isla de Palawn donde me enamoré de Puerto Princesa, Honda Bay y el paradisíaco El Nido.

En ese momento, me encontraba en una encrucijada con respecto a lo que hacer con Japón, pues la radiación estaba haciendo estragos, y para dejar tranquilos a todos, desistí de tan remoto país.

Fui a China, a la gran muralla en Beijing, a Xi-An con sus famosos soldados de terracota, a Shanghai. Conocí Hong Kong.

Incursioné en un territorio lleno de historia y de dolor como el de Vietnam, las ciudades de Ho Chi Minh, Hoi An, Hanoi, y la bahía de Halong.

Camboya también formó parte del itinerario, visitando Siam Rep. De Tailandia conocí Bangkok, Phuket, Phi Phi, y el famoso Río Kwai.

Después fue el turno del humilde Nepal, las ciudades de Katmandú, el Parque Chitwan y Pokhara. De la pobre pero a su vez rica India conocí Varanasi con el Río Ganghes, Nueva Delhi, Amber, Jaipur, Fatehpursikri, y Agra con su Taj Mahal.

De Emiratos Árabes visité Dubai donde me diagnosticaron cálculos en los riñones, y su capital Abu Dabi.

Llegó el turno de África, conociendo únicamente el país de las pirámides, Egipto. Las ciudades de El Cairo, Luxor, y otras que conocí en las diversas paradas que realizaba el crucero que nos llevaba río abajo por el Nilo. También fui a su balneario Sharm El Sheik con el intenso azul del Mar Rojo.

Volvimos a meternos en Oriente, yendo a Jordania, a Aqaba, Wadirum, y al imponente Petra. Cruzamos hacia Israel, conociendo el Mar Muerto donde se flota parado, Jerusalén, Cesárea, Haifa, Nazareth, y Tel Aviv. También incursionamos en suelo palestino visitando Belén.

Como punto medio entre Asia y Europa, fui a Turquía, las ciudades de Estambul, Cappadocia, Pamukkale y Kusadasi.

Ya en Europa, me limitaré a nombrar sólo los países por los que anduve, pues al mencionar las ciudades, entraría en un relato aburrido para ustedes los lectores: Grecia, Inglaterra, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia, Rusia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa, Austria, Eslovaquia, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Italia, Suiza, Luxemburgo, Mónaco y España.

Cuarenta y siete países, más de ciento cincuenta ciudades y lugares. Pucha que son dos números que jamás olvidaré. Bordadas están en mi mochila (“La Abanderada”) las banderas de cada una de estas naciones independientes. Una a una las fui cociendo. Ahora, al mirar la mochila, veo la dimensión de este viaje.

En fin, sólo me resta agradecerles a todos por su fiel seguimiento, y todo su apoyo. Terminaré este párrafo con un punto final para dar por terminado el viaje, y con él, este blog. Pero pensándolo bien, sería hipócrita de mi parte pensar que este viaje ha culminado. En realidad, la propia vida es un gran viaje. Muchas veces se vuelve rutinario, yendo de la casa al trabajo, y del trabajo a la casa; esperando esas vacaciones merecidas una vez al año. A veces, se tiene el privilegio de viajar por nueve meses, pero eso es un detalle nada más. Lo más importante es que la vida sigue, el viaje sigue. Ya no sabremos con exactitud el itinerario a cumplir, pero el destino lo iremos forjando día tras día con las personas que amamos. Por eso, nada de puntos finales, esto no culmina, pero tampoco comienza. Tan sólo continúa. ¿Qué mejor que finalizar de redactar esta última publicación con unos buenos puntos suspensivos? A ustedes ahora, sólo les restará imaginarse cómo seguirá mi viaje… 

jueves, 24 de noviembre de 2011

ESTADOS UNIDOS – NUEVA YORK – Parte II

Me desperté muy temprano en la mañana, y antes de que abriera el desayuno, ya estaba levantado para empezar a recorrer otros sitios a donde no habíamos ido en los días anteriores.

Esta vez, en soledad, me mezclaría con los neoyorquinos, con el ruido de la ciudad. Debo decirles que a toda hora hay tráfico, siempre gente amontonada para cruzar las esquinas, tomar un subte, o simplemente caminando por las veredas.

Como amenazaba a llover, me fui al Museo de Historia Natural en subte. De todos los metros que he andado a lo largo de este viaje, me atrevería decir que el de Nueva York, es el más espantoso por el que me he movido. Sucio, ratas, goteras, bullicioso, difícil de entenderlo.

Llegué al museo, entré de manera gratuita, y ya de pique me perdí en su inmensidad. Fui a la parte del espacio, pudiendo ver y tocar un enorme meteorito de millones de años, que se dio contra la tierra a principios de siglo. Seguí deambulando, pero perdido, no veía nada interesante que me atrapara. Pero llegué al piso de los dinosaurios, y allí me quedé largo rato.


Es que llama mucho la atención su tamaño, pero a su vez, cómo exponen todos sus huesos armados, pudiendo apreciar su verdadero tamaño. Después de dos o tres horas, me fui rumbo al Rockefeller Center. Un edificio altísimo, rodeado de calles comerciales. Por allí, se encuentra Rockefeller Plaza, donde está la famosa pista de hielo, y el árbol navideño. Aquellos que hayan visto “Mi pobre angelito”, sabrán de lo que les hablo. Lamentablemente, aún no estaba terminado, con lo que sólo se divisaba la estrella de la punta entre los andamios.

Seguí caminando, por Broadway, por la Quinta Avenida, y por calles laterales. Pasé por Time Square, aquella plaza que les comentaba en la publicación anterior que está llena de luces y de pantallas gigantes de alta definición con permanentes publicidades.

Seguí caminando y llegué a uno de los edificios más emblemáticos de la gran manzana, y qué mejor oportunidad para fotografiarme comiendo dicha fruta a los pies del Empire State. Sinceramente hay muchísimos edificios más bellos que este en la ciudad, pero con saber que durante cuarenta años fue el edificio más alto del mundo, ya se merece la admiración. En verdad vale la pena mirarlo por la noche, cuando es iluminado con diversos colores, según el tema del día.


Seguí caminando, y cuando el sol se empezaba a ocultar por detrás de las moles de cemento, me fui al hostal a descansar de otro día agotador, donde mis pies fueron mi única compañía.

Ya el penúltimo día en esta ciudad, y de este viaje, también me levanté antes de que sonara el despertador, y tras desayunar, comencé a caminar por el barrio Chelsea donde se encuentra el hostal.

Calles algo más angostas que el resto, árboles a ambos lados, y las famosas escalinatas que van de la vereda hasta la puerta de las casas. Típico barrio neoyorquino que uno ve en las series de televisión o en las películas.

Sin suerte de ver a Sarah Jessica Parker, seguí camino rumbo a otro barrio de la ciudad, a Soho. Es un barrio comercial, pero los jueves aquí en la manzana está todo cerrado, hasta el tráfico y la muchedumbre, que les comentaba al principio, desaparecen estos días de la semana. Por momentos me encontraba caminando solo, con lo que buscaba uuna calle con más movimiento, pues uno nunca sabe.

Paso tras paso llegué a Little Italy, barrio con restaurantes y comercios italianos, donde la pizza y la pasta son los platos principales del barrio. Se nota la influencia tana en el lugar, pues se escuchan gritos de una vereda a la otra, risas, gesticulaciones con las manos, mientras los neoyorquinos de otros barrios, se limitan a ir con las manos en los bolsillos enchufados a los auriculares de su último modelo de celular.

Al llegar a una esquina, me encontraba en el límite entre el barrio italiano y el Chinatown. El griterío aumentaba, y ya se veían personas con rasgos orientales caminando por las angostas veredas. El olor típico de los comercios asiáticos hizo que por momentos me sintiera caminando, como supe hacerlo hace ya varios meses, por ciudades del sudeste asiático. Pescados, verduras y patos laqueados se olían y se veían en esas sucias calles de Chinatown.

Mirando el mapa me sorprendía de la cantidad que había caminado. Antes de dejar este barrio, me atreví a regatear el precio de una remera. Es que si verdaderamente estaba en un barrio chino, el regateo debería ser el arte que se maneja en todos los comercios. Y no estaba errado. Me pude ahorrar la mitad del precio que me ofrecía por una sencilla remera de Nueva York.

Para variar, seguí caminando y pasé por la punta del puente de Brooklyn, a esta zona ya había venido con Martín y Marcelo, pero aún era temprano así que decidí recorrerla de nuevo.

Llegando a la zona cero, entré a la iglesia de San Pablo, la cual quedó intacta al caer las torres gemelas. Allí se pueden mirar fotos y uniformes de bomberos de aquel once de Setiembre. Seguí caminando y me topé nuevamente con los manifestantes de Wall Street. Allí, entré y me serví una botellita de agua, pero no quise comer las bandejas que daban, pues ya había almorzado en el barrio italiano.

Seguí camino hacia la famosa calle financiera, pasé otra vez por el toro icono de Wall Street, y cansado ya de caminar, me tomé el metro para el hostal.

Después de la siesta obligada pues el cansancio era muy grande, me encuentro escribiendo mi penúltima publicación de este blog que lleva ya casi veintiséis mil visitas.

Mañana será el último día en la ciudad, pero cerca del mediodía estaré yendo hacia el aeropuerto en busca de ese avión que me lleve hacia mi querido Uruguay. Son horas difíciles, es verdad, pero trato de vivirlas a pleno, para no pensar mucho en lo que significa la vuelta.

Pero lo cierto es que mañana, deberé volver…

ESTADOS UNIDOS – NUEVA YORK – Parte I

Arribé a Nueva York, y por suerte no tuve ningún problema en migraciones. Es que claro, a esta altura del viaje tengo el pasaporte lleno de sellos de diversos destinos, por lo que sólo se limitaron a estampar su sello y nada más.

Al salir, me encontré con mi primo Martín que allí estaba esperándome. Qué alegría! Lo volvía a ver otra vez en el mismo año! Ni bien arranqué el viaje lo fui a ver a Miami, y ahora él, me vino a ver a mi a Nueva York, donde también tiene un amigo, Marcelo, que nos esperaba en el auto.

Marcelo, es un uruguayo neoyorkino, y junto a su mujer, nos hospedaron en su casa que se encuentra en Nueva Jersey, a tan sólo treinta o cuarenta minutos en tren de la gran manzana.

Nos subimos al auto, y empezamos a acercarnos a Manhattan. Ver esos edificios altísimos con sus luces prendidas, hacían sentirnos diminutos en la inmensidad del hormigón y el asfalto.

Cruzamos el puente de Brooklyn, y nos dirigimos a Time Square. Lugar típico de Nueva York, donde las pantallas gigantes de alta definición colgadas de los rascacielos, invaden tus sentidos, haciendo de la noche el día por la intensa luz de los comerciales que se esfuerzan por sobresalir uno del otro.


No sólo estaba en la capital del capitalismo, sino que ahora me encontraba en su corazón, en la Séptima Avenida esquina Brodway.

Los tan famosos taxis amarillos pasaban de un lado a otro, formando parte del paisaje neoyorquino.

Después de un vuelo de ocho horas, y de disfrutar de ese lugar de la ciudad, nos fuimos al apartamento de Marcelo para descansar.

Al otro día salimos a caminar por Manhatan. Fuimos a la zona cero, donde se encontraban hace ya diez años las torres gemelas. Allí cerca está Wall Street. Manifestantes se aglomeraban en una plaza para protestar contra el sistema y los recortes presupuestales. Acampan ahí, insistiendo e implorando que sus gritos sean escuchados por los altos mandos del gobierno.

Alli, comimos pizza que repartían a los que manifestaban. Y como nosotros estábamos mezclados, y apoyando sus peticiones, nos sumamos a los comensales.

Llegamos hasta el inmenso toro, ícono de Wall Street. Su significado: optimismo, agresividad y prosperidad financiera. Aunque ahora pareciera que estos significados se hayan desvanecido, el toro sigue aún de pie, y es uno de los puntos turísticos de la ciudad.


Realizamos también uno de los paseos indispensables a la hora de visitar Nueva York. Cruzamos el Puente de Brooklyn a pie. Tras pasar por el muelle 17, iniciamos nuestra larga caminata por encima del puente.

Desde allí, mientras los autos pasaban por debajo, nosotros, veíamos a lo lejos la estatua de la libertad, erguida como siempre con su brazo en alto.

Caminamos un poco por Brooklyn, y después nos tomamos un subte hasta el Central Park. Cuando salimos a la superficie, el sol ya se había ocultado pese a ser casi las cinco de la tarde. Vimos el memorial “Imagine” en honor a John Lennon. Y empezamos a recorrer el parque viendo unos personajes increíbles. Locos hay en todos lados, y el Central Park no puede ser la excepción.


Vimos un pequeño túnel donde se filmó una parte de la película “Mi pobre angelito” y comenzamos a dejar este enorme parque rodeado de inmensos edificios.

Después de pasar por Colombus Circle  nos dirigimos hacia Washington Square Park y su zona aledaña con sus bares y pubs. Me olvidaba de contarles, que en Nueva York hay una población importante de ratas, viéndolas de noche por estos parques y plazas.

Nos metimos en un pub para tomar algo y jugar al pool. Despuñes de unas horas, volvimos a Nueva Jersey, al apartamento de Marcelo.

Al otro día, aún cansados de la larga caminata del día anterior, nos limitamos a pasear un rato por el barrio llamado Newark, y conocer sus calles para nada turísticas, pero que también forman parte de la vida cotidiana del ciudadano.

De tarde, cargamos mi equipaje en el auto, y llevamos a Martín al aeropuerto pues debía volver a Miami. Yo en cambio, me hospedaría en el centro de la gran manzana.

Antes de llegar al aeropuerto, fuimos a cenar a un restaurante uruguayo en Queens. Comí después de nueve meses asado de tira y molleja. Me sentía como en el paraíso. Sé que mi familia que me esperará en Uruguay con dicho plato típico uruguayo, no les gustará demasiado que no me haya aguantado unos días más, pero el asado es irresistible.

En fin, llegamos al aeropuerto donde debí despedirme de mi primo. Son duras las despedidas. Y más aún cuando no se sabe con certeza la próxima vez que nos estrechemos en un abrazo. Fue bueno poder compartir mis primeros días en Nueva York con él.

También debo agradecerles a Marcelo y a su mujer por haberme hospedado a mi también en su casa, y por haberme llevado hasta el hostal después de haber llevado a Martín al aeropuerto. Sinceramente la pasé muy bien. Me divertí muchísimo en esos dos días que andábamos los tres deambulando por las calles de esta enorme ciudad.

LLEGADA A NUEVA YORK

Me encuentro escribiendo estos párrafos desde el avión que me dirige hacia Nueva York, una de las principales ciudades de Estados Unidos y el mundo.

Una peculiaridad de este viaje, es que vamos siempre hacia el atardecer. Es que partimos de Paris con el cielo naranja, y atrás vamos dejando la noche, y con el cambio horario, vamos ganando tiempo, escapándonos de la oscuridad, acercándonos hacia el atardecer de otros lugares.

Ahora estoy viajando solo. Con el grupo dejé de viajar hace ya mucho tiempo, con mis amigos en el auto hace casi dos meses, y con Cecilia me despedí en el aeropuerto mientras ella esperaba su vuelo de retorno a Uruguay. Por suerte, a mi llegada a Nueva York, me estará esperando Martín, mi primo.

Para los fieles seguidores de este blog, Martín es aquel primo que vive en Fortlauderdale cerca de Miami al cual fui a visitar en lo que fue mi primer y segundo día de este extenso viaje.

Ahora, terminando esta aventura, podré disfrutar de su compañía al menos dos días, y después sí, los últimos días estaré solo, intentando ordenar ideas, sentimientos y pensamientos que rondan en mi cabeza sin rumbo fijo.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

FRANCIA - OTRA VEZ PARIS

Y terminaba la última Etapa de este viaje, que era en compañía de Cecilia. Y qué mejor que terminarla donde la comenzamos, en la hermosa ciudad del amor, en Paris.

Por suerte, siempre con el sol brillando en lo más alto, recorrimos nuevamente sus calles, pero esta vez, mezclándonos más con la gente, viviendo mucho más el lugar, disfrutando de cada bocanada de aire. 

En esta oportunidad, nos alojamos en un hotel muy barato a tan solo unas cinco cuadras de la Torre Eiffel, en la calle Commerce que tiene un movimiento interesante todo el día.

Fuimos a ver la famosa torre, ícono de la ciudad, y por más que ya nos habíamos fotografiado a sus pies hacía un mes y medio atrás, ahora lo volvíamos a hacer. Es que la Torre Eiffel tiene eso, hace que uno al mirarla, quiera recordar esa imagen para siempre.

Algo que nos llama la atención de esta ciudad es el tema del pan, de la baguette. A toda hora se ven hombres y mujeres, jóvenes y ancianos comiendo por la calle este alimento básico. Y a toda hora se encuentra caliente. Yo por ejemplo me compré una a las ocho de la noche, y estaba caliente que casi no podía sostenerla con las manos.

Es muy cómico porque la baguete se ve asomada en las mochilas, en las carteras, en los cochecitos de bebés, en todos lados. La peculiaridad es que todas las veces se ven sin la punta, es que claro, cómo recistirse hasta llegar a tu casa sin pegarle un mordisco a tan delicioso pan.

Pasamos por el Trocadero, e increíblemente estaban prendidas sus fuentes. Digo "increíblemente", porque recién en la cuarta vez que visito esta ciudad, pude apreciar esas fuentes en funcionamiento. Ya estaba empezando a dudar de la veracidad de las fotos que uno ve por ahí, con los chorros que se pelean por llegar hasta lo más alto.

Llegamos hasta el Arco de Triunfo, y desde allí seguimos nuestro camino por la Champs Elysees. Mucha gente, y mucho colorido otoñal invadía sus anchas veredas. Una feria navideña ofrecía alimentos y bebidas típicas de la época del año. Probamos vino caliente como si fuese café, muy original, y muy rico.

Pasamos por la pirámide de vidrio del Museo de Louvre, y ya haciéndose de noche llegamos hasta la Catedral de Notre Dame, que tras ingresar y pasear por su interior, descubrimos que no sólo no existe el jorobado, sino que también vimos que hay catedrales muchísima más bellas que están desperdigadas por todo Francia. Claro está que su fama viene porque allí se coronaban a los reyes franceces.

Otra cosa que nos llamó la atención en su interior, son las salas de confecionario. Paredes de vidrio esfumado que impiden ver con nitidez hacia su interior donde hay un escritorio, de un lado el cura y del otro el pecador. Como quien va a una entrevista de trabajo. Realmente algo de muy mal gusto.

En fin, disfrutamos de París. Y dejamos atrás esta fabulosa Etapa al dirigirnos al aeropuerto. Devolvimos el auto, con 21.323 kilómetros. Que restándole el recorrido que hicieron mis amigos mientras yo estaba en lo de mi hermana en Locarno, da unos 19.600 kilómetros que testimonian la vuelta por el viejo continente. Con Cecilia realizamos casi 5.000 kilómetros. Realmente una experiencia inolvidable.

Cecilia se tomaba un vuelo distinto al mío, pues ella volvería a Uruguay, y yo una semana a Nueva York. Esto significó otra despedida. Pero una despedida de felicidad por todo lo vivido y compartido en este mes y medio. Fueron muchas las cosas que disfrutamos juntos. Tanto lugares como momentos. Fue un placer haber hecho de "chofer" para que pudiera disfrutar al igual que lo hice yo, de todos los lugares que ustedes, seguidores del blog, ya saben cuáles fueron.

FRANCIA – VERSALLES

Llegamos a Paris, y entre tantas cosas, decidimos ir uno de los días que nos quedábamos en la ciudad luz, hacia Versalles, a tan sólo unos veinte kilómetros del centro de la ciudad.

Creo no hace falta explicar lo que es Versalles, pero nunca está de más comentar algo para aquellos lectores despistados.

En el Siglo XVII, el entonces rey francés Luis XIV, agobiado de la ciudad, sintiéndose asfixiado por las calles empedradas y la muchedumbre, manda a construir un palacio a las afueras de París, donde pudiera cazar, cabalgar, y sentirse como debería sentirse un verdadero rey.

Es así, que dejando el palacio donde vivía en la ciudad sobre las orillas del Sena (el hoy día Museo del Louvre), empieza a vivir en Versalles. Allí, todo es excesivamente lujoso dejando ver el derroche de dinero ante un pueblo que empezaba a ver con recelo la monarquía, y comenzaba a introducir la palabra “república” dentro de su vocabulario cotidiano.

Tanto las personas ciudadanas de la comunidad europea, como los periodistas, entran sin abonar entrada alguna a todo el recinto, tanto al palacio como a los jardines.

Comenzamos nuestra visita por el primero, recorriendo con un audio guía sus enormes salones recubiertos de mármol y finos tapices. También relucían las estatuas, cuadros y frescos que no dejaban que una pared o un techo murieran en la simpleza de lo que son. Por lo tanto, no existía un solo centímetro que no tuviera un minucioso decorado.

Llegamos al salón de los espejos. Sinceramente me imaginaba muchos más espejos de los que habían, de todas formas no dejaba de ser un salón muy bonito. Pero a mi, me interesaba más el hecho de saber que allí se había firmado el Tratado de Versalles al culminar la Primera Guerra Mundial, que el hecho de que Luis XIV y posteriormente Luis XV, deambulaban y ostentaban de su poder caminando por ese piso de parquet.


Pensar que allí, la Alemania derrotada, quedaba profundamente endeudaba tanto moral como económicamente por su responsabilidad en dicha guerra.

Seguimos recorriendo el palacio, y después de conocer el dormitorio del rey, distinto al dormitorio de la reina, seguimos por un corredor lleno de pinturas espectaculares que al verlas, parecían estar pintadas en tres dimensiones, como que las figuras sobresalían del plano del lienzo.

Dejamos el palacio con una mezcla de sensaciones; maravillados de tanto lujo, pero a su vez, horrorizados del mismo.

Luego llegó el turno de los jardines. Empezamos a caminar por el extensísimo parque, pero descubrimos que las estatuas desperdigadas por ahí, se encontraban todas cubiertas, que las fuentes estaban apagadas, y que la vegetación estaba descuidada.

Tal vez es tanta la expectativa con la que uno viene a perderse en los tan famosos jardines de Versalles, que al verlos en tan deplorables condiciones, hace que no le parezcan lindos en lo más absoluto.

Somos concientes de la época del año en la que fuimos. Tal vez el frío del invierno perjudique las estatuas, razón por la cual estaban todas cubiertas; que aprovechen esta época para limpiar las fuentes por eso estaban todas apagadas; y que quien diseñó los jardines, no haya plantado árboles con hojas perennes para que al menos en esta estación del año, no se vea todo pelado.

La cuestión es que paseamos por los jardines, pero al ver todo esto, desistimos de conocer otras partes del gigantesco predio, y abandonamos Versalles para volver al centro de Paris. En el camino, comentábamos con Cecilia que el jardín del palacio de Villandry cerca de Tours, había sido muchísimo más hermosos que el de Versalles a pesar de ser cien veces más pequeño.

domingo, 20 de noviembre de 2011

FRANCIA – VALLE DE LOIRA

Como les comentaba en la publicación anterior, amanecimos en un pequeño pueblo llamado Aubeterre Sur Dronne. Recorrimos de mañana por este pintoresco lugar, visitando antiquísimas iglesias que aún se mantienen en pie pese al paso del tiempo.

Este pueblo rodeado de verdes praderas no fue tan extraordinario como los pueblitos que visitamos tiempo atrás al este de Francia. Pero de todas formas la pasamos muy bien siendo los únicos turistas que deambulaban sin rumbo en esas calles empedradas y desérticas.

Después, nos subimos al auto, y nos dirigimos a Angouleme. Una ciudad encantadora, con un castillo en el medio del casco histórico. Hoy día es el ayuntamiento. Pero este destino lo habíamos agregado en realidad porque en sus alrededores hay muchos de las enormes mansiones o castillos con esos jardines hermosísimos, pero averiguanos en el centro de información turística y nos decían que en esta época del año estaban todos cerrados. Por lo cual, seguimos viaje hacia Tours.

Previo a llegar a esta ciudad, nos desviamos, y nos fuimos hasta Villandry. Un pueblo donde se encuentra un castillo con un jardín muy pintoresco. Tras presentar nuestros carnés de prensa, ingresamos de manera gratuita al recinto, para encantarnos y enamorarnos de ese lugar.

Si bien el castillo propiamente dicho no estaba abierto al público, pudimos pasear y perdernos por ese enorme parque decorado con flores, árboles y arbustos podados de diversas formas, lagos, cisnes, y hasta una enorme huerta que sólo estaba para decorar y embellecer la vista con su diversidad de colores y formas.

Nos imaginábamos que si esto nos maravillaba, lo que sería visitar el jardín del Palacio de Versalles en los próximos días.

Cuando dimos por culminada la visita a este imponente lugar, nos fuimos a conocer Tours. Pero como ya era tarde, pues la idea era llegar a Orleáns ese mismo día, nos limitamos a recorrer un poco en auto. Realmente pintaba ser una ciudad muy agradable para pasar al menos toda una tarde.

Con el sol ocultándose a nuestras espaldas, seguimos viaje hasta Orleáns, la ciudad de Juana de Arco. Como llegamos de noche, hicimos tiempo en un shopping para no ir hasta un punto P tan temprano. Esa noche, sería la última en la cual dormiríamos en el auto. Fue duro saberlo, pues es duro aceptar que se acerca el fin de este largo viaje.

Hace tres meses que vengo durmiendo salteadamente, es cierto, en los tan acogedores puntos P de las autopistas europeas. Recuerdo la primera vez que nos quedamos en uno allá en Brujas con mis amigos. Inexpertos, pensábamos que cualquier P significaba que se podía dormir allí. La policía nos preguntó qué hacíamos, pero no tuvimos problemas y pudimos descansar.

Después supimos que los puntos P están sólo en las autopistas y que no se pueden armar carpas. Haciendo caso omiso de esto último, nos hospedábamos en estos lugares en distintos países europeos. Creo los de Francia y Suiza son los más confortables pues hay baños hasta con jabón y todo!

Esta última vez, era en Orleáns, a tan solo una hora y media de Paris. Costó dormir, costó aceptar que tal vez nunca más dormiríamos en estas condiciones; pues en los siguientes años, si viajamos, con más canas, y hasta tal vez con hijos, serán otras nuestras comodidades exigidas.

Nos despertamos, y sería injusto si les digo que conocimos Orleáns. Simplemente caminamos no más de una hora por la ciudad. Vimos un monumento a Juana de Arco, una hermosa catedral, y comenzamos finalmente los últimos largos kilómetros hasta la capital francesa.

Ese día también fu difícil. Pero con Cecilia nos propusimos hacer a un lado esos pensamientos de que cada cosa que hacíamos sería lo último, como cargar combustible, como hacer ruta, entre otras tantas cosas. Nos propusimos disfrutar los días que aún nos quedaban en Paris, y ser felices con lo que falta vivir, no con la nostalgia de lo que se hizo.

Así, llegaron los días de Paris. La segunda vez de Cecilia, y la cuarta vez mía en la ciudad luz.

sábado, 19 de noviembre de 2011

FRANCIA – BORDEAUX

Y dejamos atrás España para empezar nuestro largo retorno a Paris, lugar donde debo devolver el auto, y desde donde Cecilia tiene el vuelo hacia Montevideo, y yo hacia Nueva York.

Pero para aprovechar el recorrido, fuimos parando en ciudades y pueblitos, uno de los cuales fue precisamente la hermosa ciudad de Bordeaux. Este nombre se pronuncia como el color bordó, que sin poder dilucidar si allí se inventó dicho color, descubrimos que el nombre de esta ciudad se castellanizó como Burdeos.

Dejamos el auto, y empezamos a caminar por sus calles. Tiene una hermosa catedral, la de San Andrés, una peatonal llena de comercios y de gente, y una larga y ancha rambla a ambos lados del Río Garona.

Fue precisamente caminando por su rambla, donde nos topamos con un palacio, siendo el principal modelo para la típica fotografía de la ciudad, pues del lado del río, hay una enorme fuente que oficia de espejo, viéndose reflejado en su total magnitud, el imponente edificio del Siglo XVIII.


Otra cosa típica de la ciudad, son sus vinos, pero ubicándonos lejos de la vendimia, no pudimos ver la ciudad vestida de fiesta.

Luego de culminada esta breve, pero satisfactoria visita a Bordeaux, emprendimos viaje adentrándonos en el Valle de Loira, hacia un pequeñísimo pueblo llamado Aubeterre Sur Dronne.

Quien tenga pensado visitar Francia en auto, y le gusten los pequeños y pintorescos pueblos que hay desperdigados en todo el territorio francés, le recomiendo que visite la página web de las villas más hermosas deFrancia, y estudie las posibilidades de conocer alguna según la ruta deseada.

Llegamos a este pueblo ya entrada la noche, con lo que sólo nos restó buscar un hotel, y hospedarnos allí.

Encontramos uno, que tenía un restaurante en la entrada. Nosotros éramos los únicos huéspedes. Increíblemente cerraron el restaurante, y quedamos solos con el cocinero. Digo lo increíble, pues andábamos por el hotel como quien andaba en su propia casa. Inclusive al otro día, como no abrían de mañana el restaurante, dejamos la enorme y antigua llave de la habitación puesta en su cerradura, y pasando por la cocina, salimos por la puerta trasera que nos habían mostrado por si nos íbamos temprano.

En fin, de Aubeterre Sur Dronne, les contaré en mi próxima publicación.

jueves, 17 de noviembre de 2011

ESPAÑA – PAMPLONA y SAN SEBASTIÁN

Nos despertamos, y después de desayunar calentitos dentro del auto, nos fuimos hasta el centro de Pamplona.

Con Cecilia nos imaginábamos una ciudad mucho más pequeña y  atractiva. Se podría decir que nos desilusionó bastante. Es que claro, el furor de esta ciudad es durante el mes de Julio, cuando se hace la tan famosa corrida de toros de San Fermín.


Pero ahora, en pleno Noviembre, esta fiesta no tiñe la ciudad con esa hermosura que veníamos a buscar.

Caminamos un rato, incluyendo algunas calles por donde se realiza la corrida de San Fermín, y recorrimos también los alrededores de la Plaza de Toros.

En ese momento fue cuando nos lamentamos de no habernos quedado la noche anterior en Burgos para recorrer esa ciudad. Pero con el diario del lunes cualquiera se aviva; y viendo para adelante, como siempre intentamos hacer, decidimos dejar Pamplona, a pesar de ya tener reservado una noche de hostal, y adelantar nuestro itinerario, lo cual implicaba dirigirnos a San Sebastián.

Ésta ciudad balneario, se encuentra al norte de España, a veinte kilómetros de la frontera con Francia. Baña sus costas el Mar Cantábrico. Haciendo de sus playas un lugar ideal para disfrutar en verano.

Fuimos a un hostal ubicado en el corazón del casco histórico, y salimos a caminar. Al primer lugar donde quisimos ir fue hacia la rambla, donde nos topamos con un paisaje turquesa, con la espuma blanca de las olas.

Fuimos hasta la playa donde hacen surf, e incluso, pese a la época del año, había mucha gente practicando este deporte. Bajamos a esa playa para caminar sobre su arena y lograr toca el agua de este mar.


Seguimos caminando, recorrimos la ciudad, fuimos hasta la Playa de la Concha, que sería la playa sin olas del balneario. Esta zona es la más linda de San Sebastián con una rambla muy pintoresca y atractiva.

Cayendo la tarde, empezó a garuar, y nos fuimos a resguardar al hostal, donde cenamos y descansamos, pues al otro día temprano en la mañana, abandonaríamos no sólo suelo vasco, sino que también dejaríamos atrás territorio español, para adentrarnos en Francia, en nuestro largo retorno a Paris que incluiría paradas en ciudades y pueblos que luego les contaré.

ESPAÑA – AVILA y SEGOVIA

Dejamos atrás la capital española, y nos dirigimos hacia Ávila, una pequeña ciudad ubicada al norte de Madrid.

Al llegar, nos sorprendió lo pintoresco que es la ciudad. Está toda rodeada por una gran muralla construida por los romanos y que se mantiene en excelentes condiciones. Sus empedradas calles, y su gran catedral, nos hipnotizaron, e hicieron que nos quedáramos largo rato recorriendo sus rincones.


Si uno mira hacia el horizonte, choca la mirada contra los Pirineos, los cuales en invierno llegan a tener sus picos nevados, haciendo de Ávila un lugar hermoso en todas las estaciones del año.

Es altamente recomendable su visita, más aún por su cercanía con Madrid, que permitiría viajar por el día a la ciudad.

Después de Ávila, nos fuimos hacia Segovia. También a una hora de Madrid y de Ávila. Las tres ciudades conforman un triángulo, y cada vértice dista del siguiente a una hora de distancia.

En Segovia se encuentra uno de los acueductos construido por los romanos más grandes de lo que fue su imperio. No sólo impresiona su altura, sino también su longitud. Éste acueducto acapara toda la atención de quien visita la ciudad, pasando casi desapercibido el resto de las atracciones turísticas como lo son un castillo, y una gran catedral; además del resto de la ciudad que concentra, en su casco histórico, lo más pintoresco del lugar.

La verdad es que estas dos pequeñas ciudades nos sorprendieron y nos fascinaron muchísimo. Tal vez porque ya hacía varios días que veníamos sumergidos en grandes ciudades con su asfixiante ruido y asfalto.

Un detalle para comentarles es el fuerte viento que nos acompañó en esa zona. Pero se ve que el viento es permanente, puesto que tanto en la autopista, como en los caminos secundarios, hay carteles advirtiendo de los fuertes vientos laterales. En más de una ocasión tuve que agarrar con firmeza el volante debido a la fuerza del mismo.

Finalizando este día donde conocimos dos ciudades fenomenales, seguimos camino hacia Pamplona. De pasada, nos topamos con Burgos. Ya era de noche y no nos detuvimos para recorrer sus calles a pie, pero lo poco que vimos desde el auto, nos gustó, y nos quedamos con muchas ganas de poder conocer esa ciudad durante el día. Pero nuestro objetivo era Pamplona, y debíamos acercarnos lo más posible a dicha ciudad.

Para quien esté planeando un viaje a España, recomendaría Burgos, no sólo por lo poco que vimos, sino porque después recibí muchas recomendaciones de gente amiga que la había visitado.

Para dormir, ya en tierras vascas, nos instalamos en un punto P a tan sólo media hora de Pamplona.

martes, 15 de noviembre de 2011

ESPAÑA – MADRID

Y llegó la capital española, la ciudad más poblada del país, y la tercera de la Unión Europea luego de Berlín y Londres. Ciudad fundada por los musulmanes en el Siglo IX, y que luego fue tomada por los cristianos.

Madrid, la ciudad de Miguel de Cervantes, de Lope de Vega,  de Franco, de Sabina, de Serrat, y de tantas otras celebridades que han dejado su huella bien marcada en la humanidad.

Ahora, éramos Cecilia y yo, quienes jóvenes y atrevidos, invadíamos sus calles, sus tabernas y mercados para mezclarnos con los madrileños, y ver qué tanto de sus costumbres tenemos en nuestra idiosincrasia como uruguayos.

Es verdad que encontramos más cosas de italianos que de españoles dentro de nuestras costumbres, pero no podemos negar tampoco que nuestra gastronomía se parece mucho también a la de los ibéricos, y que su vestimenta más sencilla y confortable es la preferida de los uruguayos a la hora de vestirse.

En fin, llegamos al hostal, a metros de la Plaza de Tirso de Molina, nos instalamos por primera vez con Cecilia en un cuarto compartido (éramos ocho), y tras dejar nuestras pertenencias bajo llave, nos fuimos en metro hasta Plaza España, y desde allí, caminaríamos por la Gran Vía hasta la famosa Puerta de Alcalá.

Esta calle está llena de comercios con vidrieras enormes que captan la atención de quien pasa por allí. Mucha gente en sus veredas, bares y cafés con los jamones ibéricos colgados de las ventanas, y teatros formaban parte del paisaje en el cual nos veíamos inmersos.

Después de pasar por la fuente de Cibeles, por la Casa de América y por la entrada al enorme Parque del Retiro, nos topamos con la Puerta de Alcalá mientras le cantaba a Cecilia: “ahí está, ahí está, la Puerta de Alcalá”.

Luego, cansados de toda la tarde de caminata, volvimos al hostal donde cocinamos unos exquisitos tallarines con berro, queso y aceite de oliva; y después de unas copas, que en realidad fueron vasos, de vino, nos fuimos a acostar.

Al otro día fuimos a hacer el tour gratuito a pie. Es increíble, pero esta empresa tiene estos tours en más de diez ciudades de Europa, y sólo me falta realizarlos en dos. Pucha que he visitado lugares, todo gracias a muchísimas personas que me lo han hecho posible.

Este tour estuvo espectacular, paseamos por lugares  y rincones de la ciudad que escapan al turista común. Por ejemplo fuimos a un restaurante que cumplió trescientos años, teniendo aún el horno de piedra de esa época. Pero no sólo disfrutamos de los lugares que visitamos como la calle donde se encuentra la casa donde vivió sus últimos años el escritor Cervantes, sino que también disfrutamos de las anécdotas y de los cuentos que van perdurando en el tiempo, generación tras generación.

Por ejemplo aprendimos las dos historias de donde viene la tradición de las “tapas”. Una dice que un rey estaba muy enfermo y su médico le recomendó tomar asiduamente una copa de vino, y para no emborracharse, ingerir pequeñas porciones de comida. Por eso el nombre de “tapa”, para evitar la borrachera. Tal es así, que al recuperarse, este rey decretó que en cada bar donde se sirviera alcohol, se debía dar algo para comer.

La otra historia, también tiene como protagonista a un rey. Resulta que estaba tomando una copa de vino en la terraza de una taberna, cuando de repente vino una tormenta de arena, y el mozo, para que no se le llene de arena la copa, agarró lo primero que tenía a mano, y con una lonja de jamón crudo le “tapó” la copa. Pasada la tormenta el rey no sólo se tomó el vino, sino que también se comió el jamón y pidió que le sirvieran de nuevo con la “tapa” de jamón.

También aprendimos de la basta historia de la ciudad. Vimos una parte de la muralla construida por los musulmanes cuando la fundaron. También hablamos de los romanos que anduvieron por estas tierras, y de los reyes de España que han quedado en la historia por alguna anécdota en particular.

También hablamos de historia más reciente, de la dictadura de Franco y de la intención de un nuevo golpe de estado en 1981 por parte del teniente coronel Antonio Tejero.

Este tema se merece un párrafo aparte, pues este teniente irrumpió en el congreso de diputados con otros integrantes de la guardia civil, y con pistola en mano, dió la orden de que todos se tirasen al suelo. El vicepresidente del gobierno, no le hizo caso, y tras un breve forcejeo, Antonio Tejero realizó un disparo al aire seguido por una ráfaga de disparos efectuados por la guardia civil que apoyaba al fracasado dictador.

Pero lo importante de esto es que se estaba viendo por televisión abierta. Todo el mundo en sus casas podían ver lo que allí acontecía. Algunos miraban aterrados de que pudiera venir otra dictadura al país; otros veían con entusiasmo, y otros indiferentes. Luego se cortó la transmisión.

Con esa incertidumbre, aquella noche los españoles se sentían vaya uno a saber cómo. Pero fue allí, cuando el Rey Carlos I, vestido con el uniforme de Capitán General de los Ejércitos, aparece en televisión para transmitirles tranquilidad a la población, de que él apoyaba la democracia, y que no iba a permitir un golpe de estado. En ese preciso momento, finalizó este episodio que hizo que Carlos I sea una de las personas más importantes de la historia reciente de España.

Luego del tour, regresamos al hostal, no sin antes pasar por el Mercado de San Miguel. Quien conozca el Mercado del Puerto allá en Montevideo, les puedo decir que es igual, con la salvedad de que en vez de vender asado, venden jamones crudos.

Cuando llegamos al hostal, busqué en internet la dirección de la casa de un cantante que adoré durante mi adolescencia, y que ahorra de adulto, lo sigo escuchando con la misma pasión. Me refiero a Joaquín Sabina.

Resulta que vive en Relatores 22 esquina Tirso de Molina. Cuando leí la dirección me quedé perplejo, inmóvil, lento de reacciones. Es que el hostal queda en Relatores 17, en la misma calle, exactamente en frente de donde Joaquín Sabina ha escrito esas letras que tanto hemos cantado en todos estos años.


Tal vez Relatores sea la calle melancolía a la que hace referencia en aquella canción tan fascinante.

Casi sin voz, le comenté a Cecilia sobre esto, y sin dudarlo salimos para ver la puerta del edificio de donde vive.

Sabía que se encontraba en México realizando unos conciertos. Pero de todas formas quería ver, y fotografiarme en ese lugar. Vaya uno a saber por cual ventana mirará el cielo buscando inspiración. De todas formas, incrédulo, observaba cada ventana como queriendo encontrar al cantante o a alguna de sus musas inspiradoras asomados en alguna de ellas.

Por último, para despedirnos de la capital española, por la noche fuimos a una taberna para ver el tradicional baile de flamenco.

Realmente nos fascinó el ímpetu con que bailaron tres mujeres y un hombre esta danza andaluza, mientras dos guitarreaban, y otros dos cantaban. Cada uno bailó por separado, con una fuerza admirable. Taconeando, y chascando los dedos, iban desgastando las mojadas tablas del pequeño escenario con sus gotas de transpiración.

Fue un espectáculo muy recomendable, vimos algo típico además de plazas de toros y de jamones crudos. Pasamos una noche muy divertida al ritmo del flamenco.

ESPAÑA – ZARAGOZA

No sé si Zara habrá gozado de nuestra visita o no, pero nosotros gozamos de ella, de sus calles y de su gran Catedral de Nuestra señora del Pilar y de sus inmediaciones. Existiendo un teatro romano que data del Siglo I después de Cristo, y una calle peatonal muy pintoresca. También pasamos por su plaza de toros, y por el Palacio de la Aljafería, que no pudimos entrar, porque acababa de cerrar.


Esta ciudad en realidad, la agregamos a nuestro itinerario no porque haya sido la cuna del famoso pintor español Francisco de Goya, sino porque el camino más corto entre Barcelona y Madrid, era pasando por esta ciudad. Y qué mejor excusa para parar a conocerla y disfrutar de su ambiente.

Además, a pesar de ser el camino más corto, implicaba algo más de seis horas, y Zaragoza queda exactamente a la mitad, pudiendo descansar allí después de tantas horas de ruta, y del shock de pagar uno de los peajes más caros de lo que va del viaje. Creo que después de los treinta y seis euros pagados para pasar por el túnel del Mont Blanc, éste de veinticinco, fue uno de los más caros. Tal vez por haber cruzado en el trayecto el Meridiano de Greenwich.

Pero esto sólo lo digo a título informativo para quienes piensan viajar en auto por esta zona de España. Increíblemente fue el único peaje caro de todo el recorrido de este país ibérico. En la mayoría de sus autopistas por las cuales hemos circulado, no existen peajes.

La cosa es que visitamos esta prolija ciudad española, capital de la comunidad autónoma de Aragón, y nos fuimos satisfechos del lugar.

Ya de tardecita, fuimos hasta un centro comercial para cenar. Cecilia pudo comer una hamburguesa con pan sin gluten, y después, emprendimos viaje hacia Madrid. En una autopista sinuosa y con muchas bajadas y subidas, preferimos no avanzar tanto, y quedarnos en un punto P para pasar la noche.

No sé si ustedes ya lo sabían, pero tanto a Cecilia como a mi, nos llamó mucho la atención lo árido de esta parte de España. Rocas amarillas con algún árbol hacían del paisaje carretero la impresión de ir por un desierto. A medida que nos acercábamos a Madrid, esas rocas amarillas, se fueron transformando en naranjas, y la vegetación fue aumentando en cantidad. Es un detalle, es cierto, pero no quería dejarlo pasar por alto.

sábado, 12 de noviembre de 2011

ESPAÑA – BARCELONA

Este breve atraso en publicar sobre nuestra vivencia en la hermosa ciudad de Barcelona, ha servido para generar en muchos de ustedes un poco de intriga sobre lo que terminamos haciendo en ese hostal alejado de la ciudad.

En realidad decirles que no dudamos en salir como despavoridos del lugar, pasando por la recepción, pidiéndole la devolución de lo abonado, y con el dinero, y con la confirmación de que el noventa por ciento de los que allí trabajan son enfermos psiquiátricos, nos fuimos al centro de Barcelona en busca de algún otro hostal donde pasar las tres noches.

Fuimos a uno que se ubicaba en el centro y no tenía lugar, pero allí nos recomendaron otro que quedaba del otro lado de la manzana. Hasta allí fui mientras Cecilia me esperaba en el auto mal estacionado, y resulta que el hostal recomendado estaba cerrado, pero justo en frente, había un bar y restaurante con jamones colgando de su techo, que en su piso de arriba, tenían unos dormitorios muy confortables y a un precio accesible. Sin dudarlo, fui a buscar el auto para dejarlo en un estacionamiento privado a tan solo cincuenta metros de esta posada, y allí nos hospedamos.

Todas las noches bajábamos para tomar algún vinito, y comer esas deliciosas tapas tan típicas de España. Sin duda mis preferidas son las que vienen con jamón crudo de bellota. Allí conversábamos con el mozo, un catalán veterano, que con esfuerzo nos entendía el español, y conversábamos e intercambiábamos noticias y situaciones políticas, económicas y sociales de nuestros respectivos países.

Acá en Barcelona todos hablan catalán, pero no todos hablan español. Es más, si te hablan en español, es muy difícil entenderlos pues hablan tan rápido y entreverado, que no siempre se les entiende.

Nuestra visita a Barcelona consistió básicamente en dos días enteros caminando en todas las direcciones. El primer día caminamos ocho horas sólo parando para comer unos sándwiches en el banco de una plaza.

Fuimos a la basílica católica de la Sagrada Familia. Es famosa pues su arquitecto es el famoso Gaudí. La peculiaridad, es que aún está en construcción pese a haber pasado ya ochenta y cinco años de su fallecimiento.


Los propios catalanes denominan a Barcelona como la ciudad de Gaudí. Es que dejó su marca en varios sitios de la ciudad.

En lo personal, la basílica es un mamarracho, pero quién soy yo para opinar, sino entiendo nada de arquitectura moderna. Pero el hecho es que como simple visitante y observador, es un edificio llamativo, pero que dista del diseño de las catedrales que he visto a lo largo de este viaje.

Seguimos caminando, y vimos de Barcelona una ciudad segura. Al menos por los barrios que nos movíamos. Tal vez al haber sido advertidos tanto de que España no es tan segura como otros países europeos, veníamos preparados para chocarnos con una ciudad que no brindara la confianza suficiente como para caminar tranquilamente por sus calles. Claro está que nuestra primera experiencia del hostal, había prendido a full nuestras alertas, y caminábamos con cierto recelo.

Pasamos por la Pedrera u oficialmente conocida como la Casa Milá. Su arquitecto también fue Gaudí, y como es su estilo, la casa tiene una fachada que hace que no pase desapercibida entre los edificios que la rodean.

Seguimos caminando por la gran avenida Paseo de Gracia con sus famosas tiendas de marcas internacionales. Allí nos topamos con la Casa Batlló, que si bien fue construida por un tal Cortés, fue remodelada años después por el ya nombrado Gaudí. Y esta no va a ser la última vez que lo nombre, es que como les contaba, Gaudí es Barcelona o viceversa.

Tras pasar por Plaza Cataluña, empezamos a transitar por una calle muy famosa de la ciudad como es La Rambla. No me pregunten por qué, pero serán ellos o nosotros los equivocados, pues esta calle no queda sobre la costa, y visto que los catalanes tienen más años de historia que los uruguayos, me imagino que los equivocados somos nosotros al llamar “Rambla” a la calle que bordea la playa.

En fin, seguimos por esta calle que es perpendicular al Mar Mediterráneo, y en un determinado momento, sobre un costado, nos topamos con un enorme mercado donde venden jamones, frutas y verduras, y pescados. Pero lo que nos llamaba la atención eran las enormes patas de cerdo ya convertidas en jamones.


Al llegar a la costa, disfrutamos mucho de esa zona pues hay como un puertito, y cruzando un puente peatonal se llega a un enorme shopping, el cual también recorrimos.

Al salir del mismo, ya era de noche, y nos tomamos el metro para llegar a la posada. Solo era una parada de metro, pero estábamos extremadamente cansados después de caminar todo el día.

Pero aún nos quedaba más. Después de dormir bastante, al otro día nos levantamos temprano, preparamos los sándwiches para el almuerzo, y salimos otra vez a recorrer otras zonas de Barcelona.

Conocimos por ejemplo Plaza España y sus hermosas intermediaciones. Por ejemplo hay un shopping que antiguamente era una plaza de toros y que ahora mantiene su estructura exterior, pero por dentro está llena de tiendas comerciales.

Luego fuimos hasta una verdadera plaza de toros, pero sólo pudimos conocerla por fuera. Seguimos caminando hasta llegar al arco de triunfo. Pensar que uno se imagina que sólo París tiene uno, pero son innumerables las ciudades que lo tienen. Obviamente que el de París es el más imponente de todos.

Cruzamos un parque, rodeamos un zoológico, y llegamos hasta el barrio La Barceloneta, y a su playa. Allí, Cecilia tocó el Mar Mediterráneo por primera vez. Yo ya lo había tocado, e inclusive bañado en mi estadía en Tel Aviv, Israel.

Esta zona nos hizo acordar mucho a Montevideo. Una lástima a nuestra capital la baña un río en vez de un mar o un océano, porque realmente sería otra cosa ver esas aguas color turquesa como las de Barcelona.

Terminando la tarde, volvimos a la posada, y al otro día temprano partimos rumbo a Zaragoza, pero antes pasamos por un hermoso parque llamado Parque Güell, decorado al mejor estilo Gaudí.

Finalmente les puedo decir que Barcelona es una ciudad recomendable para conocer. Tanto por sus calles, como por sus tapas con jamón ibérico o serrano. Me imagino en verano será mejor su visita por el hecho de poder disfrutar también de sus playas. Y por último decirles que el catalán no es tan antipático como parece, y que se puede conocer gente sencilla y amigable como el mozo que nos atendía en esa humilde posada en pleno centro de Barcelona.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

LLEGADA A BARCELONA

Cuando nos empezamos a acercar a España, comenzamos a escuchar la radio con gran entusiasmo, es que ya encontrábamos algún dial de habla hispana. Después de tantos meses comunicándome en inglés, y en el viejo y querido idioma de las señas o mejor dicho de las mímicas, ahora, podría empezar a hablar con el cajero del supermercado, con el chofer del ómnibus, con el almacenero, o con el simple ciudadano, en un idioma tan lindo y tan querido como el español.

Pero leyendo el título de esta publicación, se puede decir que me apuré en escribirlo, pues antes de llegar a Barcelona, primero pasamos por Girona. Es que en realidad, lo que más quiero en esta oportunidad, es contarles sobre nuestro primer día experimentado en la ciudad mediterránea de Barcelona.

Por eso contaré brevemente nuestro pasaje por Girona, que no fue más breve que este párrafo, pero que de todas formas sólo nos limitamos a visitar las orillas del río que atraviesa la ciudad, y de caminar algunos minutos por unas angostas y empedradas calles hasta toparnos con una gran escalera que nos dirigía a una enorme catedral. Allí dimos por culminada nuestra visita a este lugar.

Después de una hora de autopista, llegamos a Barcelona, pasamos por el centro de la ciudad, y tras hacer un pequeño surtido de la basta variedad de alimentos sin gluten, nos dirigimos al hostal que había reservado por internet para alojarnos tres noches.

Lo que nos sucedió en ese hostal, acaparó toda la atención del día, por no quitarle la “a” al sustantivo anterior y decir directamente toda la “tensión”.

El caso es que el hostal quedaba a media hora de la ciudad, y después de subir por empinadísimas y desérticas calles en el medio de un barrio no tan seguro, llegamos a un portón, lo cruzamos, y entramos a un predio cercado con altos y tenebrosos alambrados.

En la recepción, nos dio la bienvenida una simpática señora y nos dio la llave de la habitación. Para llegar a la misma, debíamos ir hasta el restaurante ubicado unos quinientos metros colina arriba, pues las habitaciones quedaban en los pisos de arriba del restaurante; pero primero debíamos dejar el auto unos cien metros antes de llegar a la puerta de dicho restaurante.

Entramos, y allí fue donde todo ocurrió. Las personas que allí se encontraban trabajando, desviaron al unísono todas sus miradas hacia nuestra humanidad. Con sus miradas perdidas, nos observaban y giraban sus cabezas hasta nuestra dirección.

Nos sentimos desorientados, y al preguntar sobre nuestra habitación, un joven dio un paso adelante y se ofreció a llevarnos. En el camino nos enseñó la cocina donde podríamos cocinar nuestro almuerzo, y fue allí donde piropeó a Cecilia con un “te arreglaste la boquita, que divina”. Cecilia no entendió lo que el muchacho había dicho, por lo que pese a mi indignación, el silencio me pareció lo más adecuado ante dicha situación, y seguimos camino a nuestro dormitorio.

Nos encontrábamos subiendo la escalera cuando éste joven nos aconsejaba no dejar nada fuera del casillero, incluso durante la noche. También nos aconsejaba dormir con la puerta y las ventanas trancadas pues aseguraba que alguien había entrado durante la noche robando las pertenencias de los huéspedes.. Esto último lo escuchó la persona que estaba limpiando el piso, y empezó a repetir “no, no dejen nada, no dejen nada” con una voz tan grave que al voltearme para verlo, me miraba con la frente hacia abajo, y los ojos hacia arriba, y negaba con la cabeza, dejando sus ojos clavados en los míos.

Llegamos al cuarto, cerramos la puerta, y al mirarnos con Cecilia, no hizo falta decirnos nada, que descubrimos en el otro, la imperiosa necesidad de salir como despavoridos de ese lugar, donde todas las personas con la que nos cruzábamos, con excepción de la recepcionista, nos quedaban mirando con sus ojos perdidos, y nos hablaban siempre pronunciando las vocales por varios segundos.

En este escenario, nos encontrábamos indefensos, Cecilia y yo, en el medio de lo que parecía ser un centro psiquiátrico perdido en la cima de una lejana colina de Barcelona.

FRANCIA – AVIGNON

Llegamos a Avignon en una lluviosa tarde dominical. Muchos se preguntarán el por qué visitar esta ciudad, qué tiene de atractivo este lugar. Lo cierto es que no sólo Avignon es catalogada la Ciudad de los Papas cuando a partir del siglo XIV comenzaron a residir papas en la ciudad, sino que también se encuentra uno de los puentes más famosos de Europa.

El casco antiguo está rodeado por una muralla que se conserva en muy buen estado. Esta muralla fue levantada por los papas, pues allí se encontraba su residencia, conocida como el Palacio Papal, hoy día es un enorme museo. Sus paredes llegan a tener hasta cinco metros de espesor, dando a entender lo importante que era proteger su interior.

El famoso puente de Avignon, es mundialmente conocido por la canción que todo niño cantó alguna vez en su infancia. Tuvimos que venir hasta aquí, para descubrir que sobre el puente no baila nadie y que lo que nos cantaban de niño, era todo un engaño.

El puente fue construido en el siglo XII, y fue de gran importancia estratégica pues era el único que cruzaba el Río Ródano entre Lyon y el Mar Mediterráneo. En la actualidad, sólo quedan en pie cuatro de los veintidós arcos que componían el puente original.

Nuestros carnés de prensa, nos permitió ahorrar los trece euros que cuesta por persona tener acceso al puente. El ticket también incluye un audio-guía, y la entrada al Palacio Papal.

Nos cultivamos bastante sobre todo lo concerniente a la historia del puente. Incluso, descubrimos que sobre el mismo, se encuentra una capilla donde entre tantas cosas, se cobraba un peaje cada vez que alguien pretendía cruzarlo.

Desde el puente, se tiene una vista espectacular del casco antiguo de la ciudad. Se ve la gran catedral y el Palacio Papal.

Siempre con el paraguas sobre nuestras cabezas, seguimos recorriendo Avignon, hasta que nos sentimos satisfechos de nuestra visita, y emprendimos viaje hacia la madre patria. En un trayecto que duraría cuatro horas, en ese día sólo adelantamos la mitad, dormimos en un punto P, y a la mañana siguiente ya estábamos prontos para pisar tierras españolas.