viernes, 15 de julio de 2011

TURQUÍA – Día 2 – ESTAMBUL


Nos levantamos temprano, y nos aprontamos para comenzar el primer city tour de esta hermosísima ciudad. El simple hecho de pasear por sus calles, ya es espectacular. La vista de las casas al otro lado del mar es muy linda, al igual que las callejuelas empedradas y angostas que predominan en la que supo ser la segunda capital del imperio romano, Constantinopla.

Con más de dos mil mezquitas desperdigadas por toda la ciudad, no podíamos dejar de visitar alguna. Por lo tanto, nuestra primera parada fue la Mezquita de Rustem Pasha, la segunda parada, la Iglesia de Chora.

Con las mezquitas me ocurrió lo mismo que con las pagodas y Budas en China y en Tailandia. Llega un momento, que si bien te impactan porque son obras inmensas, sentís que con ver sólo una, ya bastaría.

Luego nos fuimos al Museo Turco de Arte Islámico, en el cual no duré más de diez minutos, pues como ya les he comentado en más de una oportunidad, mi ansiedad impide apreciar un objeto por más de unos pocos segundos.

Lo interesante de esta ida a este Museo, fue que queda en una enorme plaza que en la antigüedad, en la época Bizantina, fue un Hipódromo. Y en el medio se encuentra un obelisco egipcio. Uno de los tantos que se encuentran desperdigados por el mundo. Éste, es el que faltaba en el Templo de Karnak, allá en Luxor. La sensación de saber que estuviste en el lugar desde donde trajeron semejante objeto, es inexplicable. Calculo lo mismo pasará cuando veamos en Paris, otro obelisco extraído del Templo del mismo nombre de la ciudad Luxor.

Después fuimos al Bazar Egipcio, o también denominado Bazar de las Especias. Aquí, es muy pintoresco ver, entre tantas cosas, cómo venden los diferentes condimentos, o mejor dicho, las diferentes especias.

También venden ropa, antigüedades, souvenires. Pero nada que envidiarle a nuestra querida feria de Tristán Narvaja. En este bazar nos divertimos mucho empleando el arte del regateo. Aunque con los turcos no es tan fácil, pues tienen un temperamento fuerte, lo que hace que se enojen mucho. Por ejemplo probarte una remera, y luego no comprarla, es algo que les ofusca en demasía.

Después de un tiempo prudencial como para no gastarse todo el viático en chucherías, nos fuimos rumbo a un puertito, que en realidad queda cruzando la calle del Bazar, para embarcar en un ferry que nos pasearía por el Cuerno de Oro, hasta llegar al Mar Bósforo, y encontrarnos entre dos continentes, entre Europa y Asia.

Mientras navegábamos, se veían grandes palacios de sultanes que gobernaron la ciudad en épocas del imperio otomano, así como también muros y torres de la antigua muralla de Constantinopla.

Una peculiaridad de estas aguas que bañan las costas de Estambul, es su rápida y peligrosa corriente. Siempre oleando, nunca se ve el agua chata ni mansa.

De regreso al hotel, nos aprontamos para salir a recorrer la peatonal, y mezclarnos con las cientos de personas que salen a comer y a tomar algo en los diversos bares y restaurantes de la zona. Cené otra vez kebab, y me fui a dormir con la panza llena, pero feliz de estar en una de las ciudades más lindas que he conocido.

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