En la entrada anterior me olvidé de contarles, que en la tarde empezamos a navegar con destino a Edfu. Pero en el trayecto, por la ciudad de Esna, debimos cruzar una esclusa, parecida al Canal de Paraná. Es un sistema muy interesante de ver. Hay como una especie de represa, y de un lado el nivel del agua está diez metros más alto. Por lo que el crucero debe entrar como a una piscina, la llenan de agua hasta igualar el nivel que hay del otro lado, abren la compuerta, y el crucero sigue sin ningún inconveniente.
Ahora sí, el quinto día en esta tierra de sueños, misterios y leyendas, despertamos en la ciudad de Edfu, donde por la mañana, yendo y viniendo en carreta, visitamos el templo que le dio nombre a la ciudad que lo rodea (Edfu), o también llamado el Templo de Horus, dios muy antiguo representado por un halcón o con un hombre con cabeza de halcón. Este templo es el mejor conservado de todo Egipto.
Muchos dirán que es más de lo mismo, pero pasar por esas puertas, tocar esas paredes, ver los jeroglíficos, hacen que cada lugar, que cada templo sea único.
Cuando estábamos por entrar, no faltaban los vendedores que nos perseguían por todos lados. Uno me pregunta de donde soy, cómo me llamo; y tras mis respuestas me perseguía diciéndome que a la vuelta pase por su puesto de venta. Cuando estaba por entrar al Templo, me pegan el grito: "Juan, para Juan!" Me doy vuelta preocupado pensando que había pasado algo, pero era el vendedor, que me pone un turbante en la cabeza y termina diciéndome: "es un obsequio por las personas que me llevarás a mi puesto número 23". Obviamente todo me lo dijo en un castellano envidiable.
Suceso aparte, que por cierto no termina aquí, entramos al templo. Con un sol que rajaba la tierra, pero siempre con un calor agradable, es decir, un calor muy fuerte, pero seco, lo que permite que al respirar, se llenen de aire los pulmones, aire caliente, pero aire al fin.
Siempre recorriendo el Templo por la escasa sombra, jugando una pulseada constante con los compañeros a ver quién ganaba un metro de refrescante predio. Claro está que muchas veces nos dejamos perder por nuestras compañeras mujeres, quedando nosotros los hombres iluminados por el potente dios Ra.
Terminada la visita, creyendo escapar del acosador vendedor, salgo mirando el piso como si el vendedor no pudiese reconocer el turbante obsequiado, cuando de repente me tocan el hombro y tras largar unas cuantas palabras sin respirar, capto la frase que a todos nos conmueve: "amigo Juan, tu me lo prometiste". Así fue como convencí a cuatro compañeros más para visitar su puesto de venta. Cuando empezamos a preguntar los precios, nos daba cifras astronómicas, imposibles de pagar por contadores sudamericanos, y pidiéndole perdón nos fuimos. Claro está, me quiso cobrar el turbante que me había regalado, con lo que se lo devolví indignado, en una actuación que bien puede valer el Oscar al actor de reparto.
Volvimos al crucero en el carro, y tras una hora de siesta, me despierto con treinta y ocho y medio de fiebre. No me cabe la menor duda que fue la maldición que me mandó el vendedor en sus tantas palabras egipcias que me iba diciendo a medida que el caballo del carro entraba en galope.
La cuestión es que no sólo pasé el resto del día con fiebre, sino que también los vómitos y la diarrea dijeron presente en esa tarde noche de Edfu, no pudiendo realizar los paseos correspondientes al resto del día.