Luego de la visita a los glaciares, nuestro destino era llegar a Nelson, una ciudad portuaria al norte de la Isla Sur. Por lo tanto luego de ver los hermosos glaciares, empezamos camino al norte, para ir adelantando kilómetros. Manejé un par de horas hasta que mis ojos me pedían a gritos un descanso, y fue allí cuando decidimos junto con el Chelo (en ese momento el copiloto) quedarnos a dormir en la próxima ciudad. Buscamos un lugar donde estacionar la casa rodante, y allí dormimos, en un pequeño pueblo llamado Hokitika.
A la mañana siguiente, muy temprano, más precisamente a las siete de la mañana empecé nuevamente rumbo al norte. Aún estábamos lejos de Nelson, entonces, entre los cuatro decidimos pasar el día en un camping para bañarnos, cargar las baterías de cámaras y netbooks, y descansar un poco, sin manejar por todo un día.
Fue así que llegamos a Punakaiki, un racimo de casas y un camping, nada más. Pero el camping estaba muy bien ubicado, tal es así que nuestra casa rodante estaba a tan solo diez metros de la playa. En este lugar hay un río por donde se hace un treking. Luego de instalarnos, fuimos a caminar por la orilla de ese río. Fue una caminata muy linda, en determinadas partes del río se formaban pequeñas lagunitas, donde aprovechamos para tomar un ratito de sol, e incluso el anormal de Nacho, se pegó un baño. Digo anormal, pues cuando salió, según sus propias palabras, no sentía los pies de lo helada que estaba el agua.
Días atrás, habíamos comprado carne, de vaca, cordero y chancho más un par de papas. Obviamente la carne estaba de oferta, única condición para darnos semejante gusto. Y a nosotros se nos había puesto en la cabeza que la teníamos que comer a las brazas. El problema fue que en este camping no había parrilla. Y tras la negativa de hacer fuego en las instalaciones del camping, buscamos un recodo en la playa, y allí a la luz de las estrellas y de una espléndida luna llena, cenamos carne asada! ¿Pero cómo hicimos la parrilla? Pues muy fácil, cuatro piedras, y la parrilla que traen todas las cocinas arriba de las hornallas. Así fue también como cada vez que calentábamos agua para el mate, la casa rodante quedaba impregnada con ese olor exquisito del asado. Es que los cuatro nos habíamos negado a limpiar esa parrilla. De más está decirles, que al asado lo acompañamos con unos vinos riquísimos, los cuales nos permitieron dormir como unos angelitos para partir al otro día rumbo a Nelson.
El asador fue Matías. Una lastima la camiseta, sino la foto quedaba mucho mejor.
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