Después de cinco horas manejando, llegamos a Nelson. Desde allí, hice mis anteriores publicaciones, pues había una biblioteca enorme donde teníamos wi fi gratis. Casi la abrazamos a la bibliotecaria cuando nos dijo que era gratis. No lo podíamos creer. Pasamos como tres horas actualizándonos del mundo.
La ciudad muy linda, pero no había gente caminando por la calle, era muy extraño, pues habían muchísimas tiendas, lo que da a entender que la demanda es alta, pero pese a ello éramos sólo nosotros cuatro caminando por esas calles. Y fue por esas calles viendo vidrieras cuando con Nacho quedamos atónitos, no podíamos creer lo que estábamos viendo. Vimos después de veinte días fuera de nuestro querido Uruguay un frasco de Dulce de Leche! Sí, en un Cyber vendían yerba, bombillas, mates, dulce de membrillo, y dulce de leche! Era increíble, se nos hizo agua la boca, hasta que de inmediato compramos el Dulce de Leche “made in Argentina” y ni bien salimos a la vereda, ahí mismo lo abrimos y lo degustamos. Es que tal vez hasta la llegada a Europa, dentro de cuatro meses, no tengamos el placer de sentir en nuestro paladar, ese sabor “autóctono”.
Por la noche salimos a ver si veíamos más gente, y la vimos. Pasamos una noche muy divertida. El Chelo jugó un mini campeonato de póquer en un pub, y ganó. Por lo que esa noche le salió gratis, y como buen amigo que es, pagó una ronda.
A la mañana siguiente, mientras todos dormían, manejé hasta Abel Tasman, un parque nacional donde se puede disfrutar de hermosísimas playas, al igual que de su flora y su fauna. Yo quería alquilar un kayak, pero salía muy caro. Pero de todas formas, nos tomamos una lancha que te lleva de Marahau, lugar donde empieza el parque, hasta Anchorage, una bahía con una playa espléndida. Cuando llegamos al lugar, estábamos solos en la playa. Era increíble la sensación de estar solos entre tanta belleza. Como ya estámos entrando al otoño, me metí sólo hasta la cintura, pues no quiero enfermarme. Luego caminamos hasta otra playa más chica llamada Te Pukatea. Aquí almorzamos pan con jamón y una banana de postre. Estas playas son hermosísimas, se caracterizan por sus arenas doradas, y vaya si lo eran.
La vuelta hasta Marahau, en donde habíamos dejado la casa rodante, constaba de un treking de quince kilómetros entre las montañas obteniendo desde esos caminos unas vistas a las playas inolvidables. Empezamos a caminar temprano para que no se nos haga de noche en la mitad del trayecto. Fue un treking muy duro de unas tres horas.
Por momentos, cuando el camino se hacía muy empinado, me venían flashes del pasado y veía los talones de mi madre caminando delante de mí al igual que hace dos años cuando caminamos por el norte de la Cordillera de los Andes en aquella travesía de cuatro días y tres noches en el llamado Camino del Inca. Sólo restaba ir masticando hojas de coca y más de tres mil metros de altura para que esta caminata se pareciera a aquella. Obviamente que al llegar a la casa rodante, faltó ese abrazo interminable e inolvidable que nos dimos con mi madre aquella mañana de Abril del 2009 en la cima de Machu Pichu.
Al salir del parque, ya teníamos que empezar a retornar a Christchurch pues estábamos a unas ocho horas, y no íbamos a hacer este trayecto de una vez. Por eso, esta vez con Matías al volante y Nacho de copiloto, mientras el Chelo y yo dormíamos, empezamos rumbo al sur. Después de cuatro horas manejando, tras haber hecho un treking agotador, Matías estacionó frente a la playa para descansar con el ruido del mar.
A la mañana siguiente cuando estábamos arrancando el último trayecto, vimos el amanecer. Recordando que aquí vemos el sol dieciséis horas antes de lo que se ve desde Uruguay. Parecía mentira estar manejando y no tener montañas abruptas, curvas con precipicios y sin barandas, curvas que dabas a tan sólo quince km por hora. Ahora podía acelerar por más de un kilómetro!
Mientras que en Uruguay cruzan por la ruta mulitas, zorros, en este trayecto se nos cruzaban lobos marinos! Una cosa de locos! Es que la ruta era tan cerca de las rocas de la playa, que los lobos marinos andaban por ahí.
Devolvimos la casa rodante lo más prolija que pudimos. Por momentos tuvimos que caminar hasta por encima de las mochilas, almohadones, medias, toallas, todo un caos. Ni les cuento la sinfonía que nos brindaron los platos, ollas y vasos, cuando no fregábamos y viajábamos por horas con tantas curvas. Hicimos en ocho días 2.614 kilómetros. Un promedio de 327 km por día, lo que implica en estas rutas, un poco más de cuatro horas por día.
Una particularidad de Nueva Zelanda, es que no existen peajes. Pero las rutas están en muy buen estado, sólo que son muy estrechas, pero muy bien señalizadas, lo que impidió cualquier tipo de inconveniente.
Ahora me encuentro en Christchurch donde nos dicen que en el día de ayer se sintieron dos temblores importantes. Se podrán imaginar que ya no veo la hora de tomarme el vuelo a Sydney. Pero tendré que esperar, junto al Chelo, hasta mañana a las tres de la tarde. Matías y Nacho tienen el vuelo a las ocho de la mañana, por lo que ellos pasan la noche en el aeropuerto.
Nueva Zelanda... un país con una calidad de vida envidiable, un lugar para volver a visitar (siempre y cuando en migraciones no nos revisen de arriba abajo como lo hicieron esta vez).
Que buenas anécdotas JJ!! En breve estoy despegando...mandá saludos a la banda y colga más fotos viejo!! Abrazo, nos vemos en el Ho Chi...
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