Tras un aterrizaje violento, pues el avión picó como dos o tres veces en la pista, llegamos al muy, pero muy (pondría más “muy pero muy”, pero para no ser tan monótono, la dejo por acá) precario Aeropuerto Internacional de Medan. No lo digo sólo porque nos bajamos en la pista de aterrizaje y de allí caminamos hasta el edificio porque esto también ya lo habíamos hecho en Bali, sino que lo denomino precario porque el edificio se caía a pedazos, sólo estaba el lugar para retirar las mochilas y después la calle.
Allí nos esperaba un hombre para llevarnos a la selva. Por eso a medida que pasaban los minutos, dejábamos atrás el bullicio de esta ciudad, para adentrarnos cada vez más en vegetación y más vegetación. Durante el camino, el conductor nos fue enseñando el idioma indionesio mientras se nos cruzaban por delante vacas, ovejas, motos y muchos pozos.
Después de dos horas, llegamos a Bukit Lawang, un pueblito a la orilla de un río en el medio de la selva de Sumatra. En este lugar nos dio la bienvenida Obiwan, un hombre de treinta años quien perdió a toda su familia tras romperse una represa natural río arriba e inundarse todo el pueblito.
En Bukit Lawang pasaríamos una noche, y al otro día en la mañana iríamos a la selva propiamente dicha para lograr ver distintas razas de monos, entre ellos los Orangutanes (Hombre de la Selva en malayo). Y ahí mismo, en la selva, en el medio de la nada, pasar una noche.
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