Nos levantamos, y mientras los chiquilines se bañaban en la playa para desvelarse, yo prendí la computadora para poder hablar con la flía. Pero resulta, que no había wi fi. Pregunté la razón por la cual en la noche teníamos conexión y ahora no, y me dijo que de seis de la mañana a dos de la tarde no hay electricidad en todo El Nido. Sólo lo hay, por intermedio de generadores, para las heladeras. Ahí entendí el por qué el ventilador se había apagado y nos moríamos de calor en el cuarto.
Con Martín, Nacho y Yuval (el israelita) decidimos alquilar dos kayaks dobles para salir a recorrer las islas, mientras Matías y el Chelo no quisieron hacer mucho esfuerzo físico, y prefirieron quedarse.
Empezamos a remar con destino final una playa que nos habían recomendado que quedaba del otro lado de la isla de enfrente. Aproximadamente demoraríamos una hora y media en llegar, pero para disimular semejante travesía, íbamos parando en playas que íbamos divisando a medida que remábamos. Era espectacular como el color del agua debajo del kayak, iba cambiando de colores según la profundidad y según si el fondo era de arena o de coral.
Así fue como llegamos a la primera playa, hermosísima. Una playa abierta, con las mismas características que todas las playas aquí en Filipinas, arenas blancas, y el agua caliente y transparente. Descansamos un poco, y seguimos remando.
La próxima playa que paramos fue una playa pequeña, con rocas enormes en sus puntas y una vista del horizonte espectacular, es que se divisaban las otras islas allá a lo lejos.
Almorzamos refuerzos de atún y bananas que habíamos comprado antes de salir, y con las fuerzas casi recuperadas fuimos por la playa que nos habían recomendado.
Al llegar allí la playa era muy pequeña, nos íbamos acercando, y por un costado se veía el agua de un color verde claro muy intenso, al dar vuelta una roca, nos encontramos con una piscina natural que nos dejó de boca abierta. Nos bañamos en ese lugar rodeados por los acantilados, era muy profundo, pero lográbamos ver el fondo de tan clara que estaba el agua. Al gritar, el eco repetía una y otra vez nuestra felicidad.
Ya eran las cuatro de la tarde, y debíamos entregar los cayaks a las cinco. Por lo que empezamos, ahora sí, nuestro regreso sin parar. Remábamos y remábamos y con el viento a favor, avanzábamos a gran velocidad. Yo iba con Martín quien cansado ya dejaba de remar y yo atrás dale que te dale con el remo.
Llegamos quince minutos más tarde de lo estipulado muy extenuados, pero con la sensación de haber vivido un día que jamás olvidaremos en estas remotas playas de Filipinas.
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