Dejamos Oslo por la tarde, y emprendimos viaje hacia los maravillosos fiordos noruegos. Para los perdidos que no leyeron mi recorrido por Nueva Zelanda, los fiordos son montañas que nacen de manera vertiginosa y totalmente perpendicular al agua que las rodea.
Comenzamos manejando por autopista, hasta que las abruptas montañas comenzaron a aparecer en el horizonte, y hacia ellas nos dirigíamos.
Abandonamos la autopista, y empezamos a transitar por sinuosas carreteras. La idea era avanzar lo más posible, dormir en la ruta, y al otro día llegar por la mañana a Kjerag, uno de los fiordos más impactantes de Noruega y del mundo.
Luego de unas horas manejando, bajamos una montaña, y el olor a quemado de tanto utilizar los frenos se empezó a sentir. Justo después de descender, nos topamos con un punto P al lado de un enorme y hermosísimo lago con un pequeño puertito. Allí paramos para sacar unas fotos y apreciar el paisaje. Teníamos intenciones de seguir manejando algunos minutos más, pero al ver que había wi fi, de forma unánime, decidimos pasar la noche allí.
Empezamos a cocinar bajo un techo que nos protegía del rocío, mientras aprovechábamos la electricidad de un enchufe del muelle para cargar todas las baterías. De repente, entra un auto al estacionamiento, y nos hace un cerito alrededor nuestro, derrapando en el balastro, y luego de realizar lo dicho, acelera a fondo y se va. En fin, locos hay en todos lados.
Estaba casi pronta la cena, cuando entra otro auto, un Renault, con matricula naranja y de Francia como la nuestra, y como no podía ser de otra manera, era una pareja compañeros del Grupo, que venían de los fiordos.
Nos pusimos a hablar como desesperados, preguntándonos de todo. Ellos nos dieron un mapa, y en él nos dieron todos los piques necesarios para ir a los fiordos, desde donde bañarnos y lavar ropa gratuitamente, hasta si tomar un ferry, o hacer más kilómetros y manejar todo el trayecto.
El hecho es que si bien nosotros queríamos ir a Kjerag, no sé si hubiésemos ido si no nos hubiésemos encontrado con ellos, porque Mariela no reconocía Kjerag por lo que llegaríamos a una ciudad mucho más lejana, y una vez allí, no sé si hubiésemos vuelto a manejar para atrás. En definitiva, gracias a ellos conocimos una de las cosas más impactantes del viaje. Impactante no sólo por el paisaje, sino por el vértigo sufrido y la adrenalina experimentada.
Después de cenar, cuando ya teníamos las carpas armadas para acostarnos a dormir, pasa nuevamente el auto que horas antes había hecho un cerito alrededor nuestro. Preocupados, Santiago se quedó haciendo guardia en el auto mientras usaba internet, y el resto, en las carpas, dormíamos con la navaja bajo la almohada.
Obviamente que no pasó nada, y al otro día nos levantamos, y ver ese lago a unos metros y esas montañas, hacía que nuestro día comience con gran entusiasmo.
La ruta se transformó en camino, en el cual sólo entraba un auto. De vez en cuando, cada cierta distancia, aparecía como una media luna al costado del camino donde desviarse cuando otro vehículo venía de frente. Lo difícil era cuando te topabas con uno, y no había esta media luna. Cada uno se hacía lo más posible hacia la banquina, y cerrando los ojos y apretando los dientes, pasábamos rozando los espejos retrovisores.
La altura se hacía sentir cuando se nos tapaban los oídos. El paisaje cada vez más espectacular, con ovejas que invadían el camino. Para no forzar tanto los frenos, empezábamos a frenar rebajando los cambios.
Yo empezaba a ver que el tanque de gas oil, no tenía para mucho. De hecho, la computadora del auto te dice cuántos kilómetros te quedan con lo que vas teniendo de combustible. Por eso, como todavía tiraba unos kilómetros más, los chiquilines no querían parar, y preferían cargar más adelante. La cuestión fue que “más adelante” no había estaciones de servicio. Pero esto nos enteramos cuando llegamos Kjerag. Estábamos a unos veinticinco kilómetros de la estación más cercana y teníamos combustible para apenas unos kilómetros más.
Traté de hacer a un lado el gran enojo, e intentar disfrutar de este fiordo que estábamos por conocer.
Este fiordo consiste en una pequeña roca que está incrustada en una grieta que separa dos montañas. Esta roca está a unos mil metros de altura, debajo de la misma, sólo precipicio. Para llegar a ese lugar, es necesario caminar durante casi tres horas. Hay trayectos muy duros, incluso hay cadenas para sujetarse, pues hay tramos tan empinados y resbaladizos que se necesitan de estas cadenas para seguir avanzando.
Cocinamos para comer algo y tener energías para la larga caminata. Después del mediodía, ya estábamos prontos para la travesía.
El cuerpo totalmente emocionado de la belleza del lugar, hacía que el cansancio no se sintiera, y que el paso se acelere por la ansiedad de querer llegar a la roca que les comentaba. En el camino, también se veía algo de nieve que aún perduraba del invierno pasado.
Cuando llegamos al lugar, no había mucha gente, pues no sólo es difícil el llegar a este lugar, sino que también era medio tarde, y la gente ya se estaba volviendo cuando nosotros recién comenzábamos.
“Pucha que está alto!” Exclamé cuando llegamos y vimos el lugar. Hay como una especie de explanada natural, sólo acercarse al borde, causaba una sensación extraña en el estómago.
La roca se encuentra sobre el costado de esta explanada, y el subirse a esta roca tan famosa no es nada fácil. Sin nada de qué agarrarse, uno se debe abrazar a la montaña, apoyar los pies en no más de cuarenta centímetros de ancho entre la montaña y el precipicio, y respirando hondo, lograr dar unos pasos para encontrar un espacio donde poder girar, y quedar de frente a la roca. Aquí el paso siguiente es dar un pequeño salto hasta la roca. En mi primer intento, no me animé, y llegué a la roca casi arrastrándome y logré la foto de la postal, sólo que en vez de parado, estaba sentado. Qué vertigo! Me temblaban las piernas, los brazos, hasta pensé en quedarme petrificado y que alguien me venga a ayudar, pero pensando en la desesperación de verme con otra persona en ese reducido espacio, me hice de coraje, y salí de la roca, pero después tenía que abrazar nuevamente la montaña y dar esos pasos en no más de cuarenta centímetros de piso. Qué sensación más extraña! La adrenalina me corría por todo el cuerpo.
Nos quedamos largo rato disfrutando del lugar. Cosa que no he mencionado, es el buen tiempo que nos hizo. Un sol enorme, iluminaba todo el fiordo, y permitía que nuestra mirada se perdiera en el horizonte y no en una miserable nube gris.
Santiago, descubriendo su fobia a las alturas, no logró subirse. Jota lo hizo, y Pablo, cual un alpinista, iba y venia como si el precipicio de mil metros no existiese. Yo no podía irme del lugar sin lograr llegar parado a la roca. Estudié por un rato cómo hacer, y seguí el consejo de Pablo. Sólo ver mis pies, y no mirar más allá de ellos.
Me concentré, volví a abrazar a la montaña, y cuando estaba de frente a la roca, pego el salto, y haciendo equilibrio me logro estabilizar. Con un grito de guerra, estiré los brazos hacia el cielo como queriendo atrapar tanta felicidad, y posé para la foto que tanto ansiaba tener.
Luego de todas estas mezclas de emociones y sensaciones, emprendimos el retorno. Como si no hubiese sido lo suficientemente peligroso el hecho de subirse a la roca, ahora comenzaba a llover, y el camino, mojado y resbaladizo, obligaba a estudiar cada paso que dábamos.
Llegamos al auto, mojados, transpirados, embarrados, cansados, y preocupados pues debíamos encontrar la estación de servicio para recargar combustible.
Llegamos a la estación con el auto tosiendo. Ahora nuestro próximo objetivo, previo a emprender viaje hasta el otro fiordo que visitaríamos al otro día, era lograr bañarnos. Justo en frente a la estación de servicio, había un camping, donde disimuladamente usamos sus duchas.
Ahora sí, estábamos prontos para ir a Preikestolen. Un viaje de apenas dos horas y un tramo de quince minutos de ferry. Llegamos de noche a este lugar que visitaríamos por la mañana. Entramos a un camping, lavamos ropa, cenamos, y luego nos fuimos a dormir a un punto P cerca de allí.
En mi humilde opinion este es el mejor relato por lejos!
ResponderBorrarLo contaste muy bien! tanto que uno se imagina alli mirando las fotos y siente el vertigo y la sensacion de aventura que tu sentiste claramente.
Excelente!
Genial!!!
ResponderBorrarGenial!!!
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