Este día obviamente nos levantamos temprano y viajamos varias horas en éstos ómnibus que ya empezamos a odiar, pues llegó un momento que ya no sabíamos qué hacer. Dormimos, jugamos al truco, escribí para el blog, escuchábamos música, leímos libros. Creo que nos quedó jugar al veo veo, porque jugar a ver cuántos autos rojos veíamos en la ruta era imposible pues el tráfico en estas rutas era muy escaso.
En fin, llegamos a Pamukkale (Castillo de algodón en turco), para disfrutar tanto de su paisaje como de sus aguas termales. La cuestión es que las grandes cantidades de bicarbonato y de calcio hacen que con el paso de los años, se produzcan capas blancas de piedra caliza bajando por la ladera de la montaña en forma de cascada congelada. Estas formaciones también adoptan el aspecto de terrazas en forma de medialunas las cuales algunas se llenan de aguas termales, siendo agradables piscinas de no más de medio metro de profundidad.
En la cima de la montaña nos encontramos con la antigua ciudad de Hierápolis, perdiendo protagonismo por lo atractivo e increíble de las terrazas de "algodón".
Una vez dada por culminada esta visita, fuimos hasta el hotel, el cual tenía una piscina termal muy pero muy caliente, tanto que no me pude meter más que hasta la cintura. Un hermoso hotel, donde cenamos y descansamos lo que pudimos, pues al otro día nuevamente temprano en la mañana emprenderíamos viaje hacia Efesos.
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