La llegada a Jordania, duró todo un día, siendo la jornada más tediosa de todo el viaje.
Salimos en ómnibus temprano en la mañana de Sharm el Sheik rumbo al norte para cruzar la frontera, pero claro, primero debíamos pasar por territorio israelita, pues Jordania no limita con Egipto. Pasamos por la parte más al sur de Israel, donde el territorio es tan estrecho, que sólo separa Jordania de Egipto por unos diez kilómetros.
Antes de llegar a la frontera, el ómnibus que iba delante del nuestro, se rompió, con lo cual nosotros nos quedamos esperando su reparación, mientras los otros ómnibus se adelantaban. Estuvimos más de una hora esperando en el medio de la ruta que atraviesa el desierto.
Una vez reparado el ómnibus, seguimos viaje hasta la aduana de salida. Cargamos las valijas, en realidad yo cargué a La Abanderada en mi espalda, el bolso de la cámara hacia un costado, la mochila chica hacia el frente, la botella de agua en la mano izquierda, y el pasaporte en la derecha.
Caminamos unos cuantos metros bajo los rayos del sol hasta la oficina de migraciones, pasando todos los bultos por el escáner, volviéndomelos a poner al pasar el detector de metales. De aquí caminamos, también bajo el sol, unas dos cuadras hasta la oficina de migraciones israelita. La duda predominante era en dónde estábamos, puesto que ya habíamos pasado por la salida de Egipto, y todavía no habíamos entrado a Israel. Estábamos en un territorio neutral, por primera vez no estaba en ningún lugar. Si se cometía un crimen en esa zona, ¿qué ley se aplicaría?
Aquí nos amontonamos todos bajo la sombra del único árbol que adornaba la aduana. Corría un poco de viento que hacía refrescarnos de tanto calor, es que estábamos a pocos metros del Mar Rojo, permitiéndonos que la espera se haga amena contemplando semejante vista.
Pasamos el primer control que no consistía en más que verificar que el de la foto del pasaporte éramos nosotros y no un palestino encubierto. Al fin entramos al edificio de migraciones, pero lejos estábamos de culminar con todos los controles. Una cola de al menos cien personas demoró en llegar al mostrador unas tres horas. Pero en este mostrador sólo se volvía a verificar el pasaporte, por las dudas que en el trayecto del primer control a éste, haya sucedido algo extraño con la identidad de cada uno.
Triunfalmente llegamos al control de equipaje, donde a todos nos revisaban los bolsos. Con lo que me costó armar la mochila, como para que después me la desarmen íntegramente en busca de algún artefacto explosivo o terrorista.
Otra vez cargué mis bultos, y otra vez hice cola para que me sellen el pasaporte con la fecha de la entrada al territorio israelita. Tras un breve interrogatorio, me dejaron pasar. Pero como si fuese poco el control realizado y la espera sufrida, antes de salir del recinto aduanero, nos volvían a controlar el pasaporte.
Pero para algunos compañeros, no fue tan fácil el interrogatorio, incluso les retuvieron su pasaporte y los llevaron a otra oficina para hacerles preguntas más rigurosas. Todo porque habían ido a Malasia por muchos días. Se ve que rompieron relaciones con dicho país, y no les gustaba nada que hayamos ido. Yo como fui a Malasia sólo por dos días, no me hicieron problema alguno.
Una vez en el ómnibus (otro distinto que nos esperaba de este otro lado), descansamos pero no más de diez minutos, puesto que en un abrir y cerrar de ojos, ya estábamos para cruzar de Israel a Jordania.
Otra vez, cargué la mochila grande en mi espalda, la cámara hacia un costado, la mochila chica hacia delante, el pasaporte en la mano derecha, quedándome sólo la mano izquierda libre, porque se imaginarán que en las cuatro horas de espera en la otra aduana, me bajé la botella de dos litros de agua.
Otra vez cola para salir de Israel, y otra vez caminar aproximadamente un kilómetro bajo el sol por territorio neutro hasta llegar a la aduana de Jordania. De más está decirles que debimos otra vez pasar nuestro equipaje por el escáner. En esta aduana, no era necesario presentar personalmente el pasaporte. Lo entregamos todos juntos, y debimos esperar más de una hora para que nos autoricen el ingreso al país jordano.
Ya sin noción del tiempo, llegamos a la ciudad de Aqaba. Nos dejaron media hora para recorrer la pequeña ciudad, y seguimos viaje hasta el campamento en el desierto que se encontraba próximo a la ciudad de Wadirum.
La cuestión es que pasamos todo el día en vueltas, arribando a destino a las nueve de la noche, llevándonos todo este periplo unas catorce horas. Por suerte tanta ansiedad, se calmó al llegar justo para la cena, deleitando a nuestro paladar con un exquisito cordero a las brasas.
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