El sexto día en Egipto, amanecimos en Asuán, la ciudad más meridional del país. En realidad yo nunca llegué a amanecer; pues la maldición faraónica que me perjuró el vendedor del día anterior, más la exposición al dios Ra durante la visita al Templo de Edfu; hicieron que siga en cama durante todito el día, sin más que mirar las cuatro paredes del camarote, más el baño, claro está. Con uno de los promedios más altos de asistencia diaria al sanitario, iban pasando las horas, mientras mis compañeros visitaban más templos creados antes de la era cristiana.
No voy a explayarme con lo que no pude hacer, en los paseos que me perdí, porque este blog está orientado a compartir con todos ustedes las cosas que hago. Y como lo único que hice durante el día fue caminar de la cama al baño, y del baño a la cama, tampoco me voy a explayar en esto que no deja de ser desagradable por más que lo intente disimular con palabras bonitas.
Durante miles de años pasaron cosas misteriosas en Egipto, y aún en nuestros días, los misterios continúan. Vaya un claro ejemplo, que por arte de magia, el último día en esta ciudad, amanecí completamente curado, tal vez fueron mis oraciones a la diosa de la protección y de la buena suerte Renenutet, o tal vez las decenas de tabletas medicinales que me englutí en tan sólo veinticuatro horas.
La cuestión es que me levanté con tanta fuerza, que me atreví a salir en el paseo que teníamos por la mañana. Fue así, que tras desayunar livianito, pues no quería abusar de mi buena fortuna, nos dirigimos al templo de una de las diosas más queridas y adoradas de todo Egipto, el Templo de Isis, diosa de la maternidad y del nacimiento.
Este templo se encuentra en un islote, por lo que debimos llegar en bote. Como no podía ser de otra manera, el templo es majestuoso, con la particularidad de ver letras griegas y cruces cristianas talladas sobre algunos jeroglíficos. Es que como ya les había comentado, por estas tierras había estado Alejandro Magno.
Pero toda la majestuosidad perdió mucha credibilidad cuando el guía nos dice que en realidad el templo, está completamente reconstruido. Pero no sólo eso, sino que está completamente en otro lugar. El tema fue que a pocos metros, hicieron una represa. Y así como con la represa del Río Negro allá en Uruguay, se formó el lago Andresito inundando hectáreas de monte de robles, aquí en Asuán inundaron todo un templo milenario. Por suerte, tras muchas obras de ingeniería, lograron rescatarlo y reconstruirlo en este islote que les contaba.
Después, no podíamos dejar de visitar esta enorme represa construida con ayuda de la Unión Soviética allá por los años setenta.
Y como último paseo de la mañana y del día, desafiando nuevamente al dios Ra, fuimos a la cantera de granito desde donde extraían las piedras con las que construyeron muchos de los templos y estatuas de la zona. Lo más increíble de todo, es que hay tallado un obelisco gigantesco, que se encuentra acostado, pero cuando lo estaban haciendo, se les quebró, y así los antiguos egipcios dejaron a su país sin lo que hubiese sido el obelisco más grande del mundo construido de una sola pieza.
El resto del día aprovechamos a descansar en las instalaciones del crucero, y finalizando la tarde, nos fuimos a la estación de tren, para pasar la noche precisamente en el tren que nos llevaría de regreso a El Cairo.
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