Llegamos a Samos antes del mediodía, y en el trayecto en ferry, se me pasaban miles de pensamientos por la cabeza. Pensaba en lo increíble de ir navegando por el Mar Egeo, y que en unos minutos iba a poder sumergirme en sus aguas.
Grecia es el sueño de muchísima gente, por ejemplo fue el sueño de mis padres, el cual pudieron satisfacer a sus cincuenta años; y yo, con tan sólo veintiseis, ya estoy en este hermoso país para conocer algunas de sus islas. Por eso, valoro muchísimo esta oportunidad, y agradezco a todos los que me apoyaron y ayudaron para poder realizar este viaje.
Ni bien llegamos al puerto, averiguamos para ver si nos podíamos ir inmediatamente hacia Mykonos, no habían ferrys para ese mismo día, por lo que nos debíamos quedar una noche. Al principio, como éramos muchos pensamos en ir todos a una plaza y quedarnos todos juntos allí, total, dormiríamos poco pues jugaba Uruguay la semifinal de la Copa América contra Perú a las cuatro de la mañana.
Pero claro, después pensamos en el baño, y la comodidad de poder acostarse en una cama, y nos distribuímos entre los distintos hoteles baratos sobre la costa portuaria de Samos. El nuestro era muy sencillo, nos quedábamos tres en un cuarto para dos, pero todo sea para que el viático no sobrepase el límite de lo presupuestado.
Esta isla es espectacular, por suerte no nos pudimos ir de manera inmediata hacia Mykonos. Caminamos por la rambla, y sus restaurantes con sus precios, nos advertían que ya estábamos en Europa, a pesar de que los precios no eran para nada exorbitantes.
Después de caminar, fuimos a una playa a disfrutar de esta agua verde y transparente pero helada. Sin arena, sólo canto rodado, hacía que los pies sufrieran la caminata hasta el agua, y ni les cuento nuestras compañeras que al levantarse de tomar sol, quedaban todas marcadas por las piedras del suelo.
Después de toda la tarde en la playa, regresamos al hotel, y en un café de la esquina, preguntamos a ver si estaría abierto a la hora del partido, nos dijeron que no, pero que con gusto nos abrirían sus puertas si iba bastante gente. La cuestión es que después de una siesta nocturna, a las tres y media de la mañana, casi treinta uruguayos colgamos el pabellón en la ventana del café, y desde Samos, vimos a la celeste clasificar a la final de la Copa América.
Luego sólo restaba dormir dos horas antes de embarcar rumbo a Mykonos en un viaje de cuatro horas.
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