Amanecer en la Bahía de Halong es un privilegio muy valorado. Por eso madrugué, levantándome a las cinco de la mañana mientras todos dormían, incluyendo los tripulantes del pequeño crucero.
El guía nos había dicho que amanecía a las seis de la mañana, pero recordé que en Filipinas, un día por el calor del cuarto, me desperté a las cinco, y el sol ya teñía el paisaje de naranja. Por eso, hice caso omiso a lo dicho por el guía, y adelanté el despertador una hora. De todas formas, las cinco de la mañana fue tarde, y cuando subí a la terraza del crucero, el sol ya estaba alto, pero no se veía por la intensa nubosidad del cielo.
Me quedé presenciando el paisaje silencioso, con algún crujido de las maderas al mecerse el barco sobre el Mar de China. Al rato subió Germán, y nos quedamos filosofando de la vida, hasta que los bostezos no cesaban, y decidimos volver a dormir un rato hasta la hora del desayuno.
Por la mañana conocimos un lago que su entrada es por un túnel acuático. Entramos en canoas. Este paisaje por momentos me recordaba a Filipinas, con la salvedad de que en vez de ser el agua de color azul intenso, ahora era de un verde oscuro.
Por la tarde nos despedimos de este lugar maravilloso. Tal es así, que está nominado para las siete maravillas naturales del mundo. Llegamos a Hanoi, y al tener el resto del día libre, salí a recorrer la ciudad a pie acompañado de mi soledad. Es que a veces necesito caminar solo para bajar a tierra tantas cosas vividas, tantas emociones, y tanta felicidad.
Hanoi es una ciudad bulliciosa, con motos y autos yendo y viniendo por todos lados, ignorando por completo los semáforos. Para cruzar la calle, era necesario hacerse de coraje, apretar los dientes, cerrar los ojos, y empezar a caminar. Las motos y autos te esquivan y sobrevivís sin ningún problema. Al principio, nos daba miedo, pero después, duchos en el tema de cruzar la calle, lo hacíamos con una naturalidad envidiable para cualquier extranjero.
La gente es amable, algunos hablan inglés, otros no, pero la comunicación no es para nada difícil, pues hacen el esfuerzo por entenderte.
Al otro día, el noveno en este país maravilloso, realizamos uno de los paseos más lindos. Fuimos a Tam Coc, un lugar en donde navegando en canoas, recorrimos unos arrozales que se encuentran entre unas abruptas montañas. En el recorrido, pasamos por unos túneles naturales, y vimos caminando por las vertiginosas rocas en las montañas, unas cuantas cabras.
Navegar por esos arrozales, sabiendo que Vietnam es el segundo mayor productor de arroz en el mundo, hacía que las emociones se exponenciaran muchísimo. Aquí en el norte de Vietnam, se siembra y se cosecha a mano, sin utilizar máquinas, mientras que en el sur, se utiliza maquinaria que permite un mayor rendimiento.
Ahora están fomentando la creación de cooperativas para que los pequeños productores puedan invertir en máquinas. Antes, al ser la tierra del gobierno, no se obtenía grandes producciones de arroz, pero después, el gobierno les cedió las tierras a los campesinos para que ellos mismos obtengan sus ganancias, y allí fue cuando el arroz empezó a exportarse a todos lados, principalmente a China.
Las canoas eran para cuatro personas, una veterana vietnamita que remaba con los pies, y otra con un remo más pequeño, después Santiago y yo. Se preguntarán por qué eran mujeres las que remaban, la razón es que aquí en Vietnam, las mujeres trabajan muchísimo, con esto no quiero decir que allá en Uruguay no lo hagan, pero aquí, suelen hacer trabajos forzosos como por ejemplo trabajar en las obras cargando carretillas y ladrillos.
Finalizando el paseo, se acostumbra a darle propina a estas mujeres, y fue aquí la primer calentura del día. Es que le íbamos a dar un dólar a cada una, pero confundí el billete y le di uno de cinco y otro de uno. Cuando le pido que me devuelva el de cinco, que me había confundido, se reía, y apretaba el billete con su puño, y no me lo quería dar. Tras varios minutos discutiendo, se guardó la propina y yo con los ojos envenenados, le dije que si me robaba mi dinero, yo le robaba sus artesanías. Éstas consistían en unas remeras de muy mala calidad, con un bordado de muy mal gusto. Pero quería hacer una maldad, y me propuse llevarme una remera conmigo.
Agarré una bolsa en la cual tenía todas las remeras, y tras abrir unas cuantas para ver mi talle, bajé de la canoa muy pero muy enojado. En eso viene un hombre ofreciendo me unas fotos que me había sacado, realizando un trueque, logré pagar con la remera, tres magníficas fotos.
Luego almorzamos, degustando entre otras cosas cabra, y después volvimos a Hanoi donde nuevamente salí a caminar solitariamente.
Llegando la noche, fuimos a cenar con unos compañeros a un resaurante de pasta y pizza para despedir a Miguel, que ya se vuelve a Uruguay. Aquí llegó la otra calentura del día. Pedí tallarines, después de veinte minutos viene el mozo con la carta abierta diciéndome que no quedaban más tallarines, que pidiera pizza. Lo hice. Al cabo de una hora, protesto por mi pizza, y me comunica que no quedaban más. Era increíble estar en un restaurante de pasta y pizza, y no tenían nada de eso. La cuestión es que terminaron pidiendo pizza a un delivery, pero demoró tanto, que cuando ya estábamos pagando, llegaron, y yo con hambre, pero con mucho más orgullo, me negué a aceptarlas, y nos fuimos.
Así culminó mi noveno día en Vietnam, con diferentes estados de ánimo, pero siempre sobresaliendo la felicidad de saber que mi sueño se sigue transformando en realidad.
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