Tan sólo una hora hay entre Viena y Bratislava, capital de Eslovaquia. Pero cuando estábamos cruzando la frontera, un policía nos hace señas, y nos detuvimos. Le pide los documentos a Santiago, quien en ese momento iba al volante, y el policía nos dice que nos faltaba un pegotín en el parabrisa que autoriza a circular en las autopistas austriacas.
Por lo que nos hizo una boleta, y tuvimos que pagar unos ciento veinte euros. La cuestión es cómo se entera uno que necesita estas cosas. Recuerdo en Alemania, unos compañeros nos advirtieron de comprarlo, pero aquí no teníamos idea. Ahora, en cada país que entramos, nos detenemos en la primera estación de servicio y preguntamos. Por suerte lo hemos hecho, pues en Eslovaquia necesitábamos uno.
Es que al no pagar peajes, me imagino que esto es una especie de impuesto para poder mantener las rutas y autopistas.
Bratislava es una ciudad muy pequeña. De hecho teníamos pensado quedarnos una noche en la ciudad, pero visto que lo más turístico lo recorrimos caminando un par de horas, decidimos seguir hacia nuestro próximo destino. Otra ciudad, otro país. Sería Budapest, capital de Hungría.
Pero primero debo contarles que Bratislava es una ciudad muy bonita. Su centro histórico tiene un ambiente agradable, y la brisa del Río Danubio llega a colarse por entre esas pintorescas calles.
Caminábamos, sacábamos fotos, y nos dirigimos a un castillo que se encuentra sobre una colina, desde donde se contempla una vista inmejorable de la ciudad. A este castillo lo estaban restaurando, pues hace mucho tiempo se incendió, y seguía en ruinas hasta hace un par de años.
Bajamos de la colina, y seguimos paseando por otras calles del centro histórico. Fuimos al estacionamiento, recogimos el auto, y emprendimos viaje de dos horas hasta la ciudad donde Buda, ya no está más separada de Pest.
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