Nos levantamos temprano del punto P para lograr llegar al city tour gratuito por el centro de la ciudad. Llegamos con tiempo, y tras dejar el auto en un estacionamiento, comenzamos el tour en la plaza principal del casco histórico de Munich.
Esta ciudad es muy linda, limpia, la gente siempre con una sonrisa, tal vez porque estábamos en vísperas de la fiesta de la cerveza más famosa del mundo, la Oktoberfest. El clima era festivo y el sol brillaba en lo alto del cielo.
Recorrimos bastante esta zona de la ciudad, interiorizándonos de muchos temas. Tales como costumbres de los ciudadanos, como de historia.
Por ejemplo, los que viven en Munich, no les gusta hablar de la Segunda Guerra Mundial. Tal vez por vergüenza, pero por la calle, no se encuentran como sí se hace en Berlín, grandes memoriales. Los que se ven, son muy modestos, que si uno pasa de prisa, o sin un guía que te va indicando, no se percata de su existencia.
Así fue como vimos un memorial muy sutil, que tan solo consistía en adoquines dorados, recordando a los ciudadanos que fueron asesinados por esquivar una calle, y tomar ese camino, para no hacer el saludo nazi cada vez que se pasaba por el frente de un edificio.
También pasamos por algunas catedrales, una de las cuales sobrevivió a los bombardeos, pues se utilizaba como guía a los pilotos, para orientarse y saber qué ciudad atacaban.
Pero como estábamos a menos de veinticuatro horas del comienzo de la Oktoberfest, cada lugar que visitábamos, también tenía que ver con la fiesta, o con la cerveza. Es que esta bebida es algo típico de esta ciudad, aunque los checos también se dicen creadores de la cerveza rubia. Pero aquí, desde la antigüedad, muchos asuntos, inclusive políticos, se arreglaban con barriles de los que ellos llaman el oro amarillo.
Fuimos a una plaza, o mejor dicho a un mercado, donde se encuentra un “palo de mayo”. Esto es como un mástil bastante grande, imagínense como un mástil de un velero. El tema es que estos palos, se utilizaban en épocas medievales para avisar al viajero, que se encontraba en un lugar seguro.
Lo anecdótico de este palo, es que fue robado hace muchos años por un grupo de jóvenes, y éstos, pidieron una recompensa para devolverlo al municipio. Que ¿qué pidieron como recompensa? Pues tener todos los años la única mesa redonda en el galpón de la mejor cerveza en la Oktoberfest, y no sólo eso, sino también unos cuantos barriles.
Se estarán preguntando si es legal el robo de estos palos de mayo. Pues sí. Hace poco, los propios policías del aeropuerto de Munich robaron uno que se encuentra en ese aeropuerto, y como recompensa pidieron realizar en ese lugar, una mega fiesta con todos los funcionarios que trabajan allí.
La cuestión es que cumplimos con cultivarnos de la ciudad, previo a perdernos en las jarras de cerveza.
Es necesario darles un detalle, de que existen seis marcas de cervezas en Munich, y el festival tiene galpones solo de ellas. El galpón más codiciado es el de la cerveza Augustiner. Según los conocedores de esta bebida, es la mejor. Esta marca no exporta, y ni siquiera hace publicidad. Pero es la que obtiene mayor ganancias al pasar raya al finalizar cada año. Al único lugar que se lleva al exterior, es al Vaticano, pues es la cerveza preferida del Papa, y la marca le regala unos cuantos barriles al año.
Nos hospedamos en un camping que estaba repleto. No había más de veinte centímetros entre carpa y carpa, lo que no sólo te permitía escuchar las conversaciones del de al lado, sino que también los ronquidos, y más que algún otro grito de placer de alguna muchacha que se imaginaba estar entre anchas paredes de hormigón.
La noche previa al festival, todo el mundo se detonaba en un carrito dentro del camping que se dedicaba a vender jarras de cerveza. Valía siete euros, y debías dejar tres euros de garantía por la enorme jarra que permitía tener en tus manos más de un litro de cerveza. Al devolverla, te reintegraban los tres euros.
Como quien no quiere la cosa, en pocos minutos vimos jarras abandonadas en el piso, y pensamos en devolverlas. Pero nos negábamos a semejante acto. Pero rápidamente hicimos la sencilla ecuación de diez jarras, treinta euros; o doce jarras tres noches en el camping; y así pasamos haciendo ecuaciones del tipo: almuerzo vs. jarras; subte vs. jarras; y todos los versus que se puedan imaginar. Así fue como nos pasamos toda la noche recolectando jarras.
No sólo me salieron gratis los tres días de Munich, sino también este que estoy pasando en Viena.
Al principio no sabía si contar esto o no. Pero es algo importante para una persona que hace más de seis meses no obtiene ingresos en su cuenta bancaria. Fue la primera vez que los números subían y no disminuían. De más está aclararles que sólo agarrábamos las jarras abandonadas, no arrinconábamos a ningún borracho para arrebatarle la jarra.
En fin, al otro día, mientras todo el campamento se iba a la Oktoberfest a las siete de la mañana para agarrar lugar en algún galpón, nosotros, seguíamos durmiendo, y recién después de almorzar, nos dirigimos al predio del festival.
Ya desde el camping el camping mismo, hasta en el metro, en la calle, y ni que hablar en el festival, el ochenta por ciento de las personas, estaba vestidas, o mejor dicho disfrazadas de con los atuendos típicos de la fiesta bávara.
Ellos, con unos pantalones apenas por debajo de las rodillas, o shorts de cuero, con camisas a cuadro y tiradores. Ellas, con vestidos muy escotados y trenzas en el cabello. Era muy pintoresco ver a la mayoría de las personas con esa vestimenta.
En el predio del festival se encuentran los galpones de las seis marcas de cerveza de Munich, y también un parque de diversiones. Es que todo es una gran fiesta familiar. Se ven hombres y mujeres; niños, jóvenes y veteranos.
Muchos ya estaban destruidos en mitad de la soleada tarde. Tirados en el piso, con el vómito a un lado, y los amigos, o pareja al otro costado, esperan a que llegue la camilla de la cruz roja para que le pongan suero en una vía enchufada a su muñeca.
Pero todo con una naturalidad, y con una sonrisa en los presentes que llamaba mucho la atención.
Logramos entrar a un galpón, y allí la locura total. Todos borrachos, felices, chocan las pesadas jarras para brindar. Con un pie en la mesa y otro en el banco, bailan y cantan al ritmo de la orquesta que toca en vivo para la multitud.
Las mozas, algo antipáticas, pasan con hasta ocho jarras haciendo malabares para que ninguno la peche y tire la preciada bebida.
Nos quedamos toda la tarde, hasta que ya entrada la noche, salí del galpón para tomar aire, y al querer entrar nuevamente, me negaron el acceso, y decidí pasear entre los juegos del predio en soledad. Al poco tiempo empezó a llover de manera repentina, y me fui al camping.
No paró de llover en toda la noche. Sentí a los chiquilines llegar de madrugada quejándose de lo mojados que estaban. Al día siguiente, pese a la lluvia, a las seis de la mañana ya se escuchaba a nuestros vecinos irse para agarrar lugar en un galpón.
Nosotros sin embargo, acobardados de la incesante lluvia, intentábamos seguir durmiendo. Pero se hizo el mediodía, y sin ganas de estar en posición horizontal, aburridos de estar encerrados en nuestras carpas, Pablo y Santiago se hicieron de coraje, y se aprontaron para ir nuevamente a la Oktoberfest, mientras Jota escuchaba música en su ipod hasta que se le quedó sin baterías y comenzó a ayudarme con las fechas de los acontecimientos históricos que contaba para mi blog.
Las horas pasaban, y el agua seguía golpeando el techo de nuestras carpas.
Ya de tarde, no aguantamos más la situación, y sin importarnos ya la lluvia fuimos a buscar el auto y nos dirigimos al famoso estadio de la ciudad, cede de la ceremonia inaugural del Mundial de Fútbol del año 2006.
Después nos fuimos a un shopping en busca de wifi, y por último volvimos al camping para pasar nuestra última noche en la ciudad.
Se estarán preguntando por el negocio de las jarras. Pues con tanta lluvia, resignamos ganancias.
Al otro día, seguía lloviendo, y bajo el agua levantamos campamento, y partimos rumbo a Viena, capital de Austria.
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