“Lo bueno viene en frasco chico” es lo que dicen los alemanes al preguntarles sobre esta pequeña ciudad, que en realidad no es tan pequeña, tiene algo más de medio millón de habitantes, un tercio de la población montevideana.
Llegamos a Bremen de tarde, pues costó mucho levantarse en Ámsterdam. Llegamos al centro de la ciudad, estacionamos el auto en un estacionamiento techado para mayor seguridad, y salimos a caminar por esas calles que no paran de fascinarnos. Calles empedradas, con grandes plazas, con sus grandes catedrales, y los tranvías y bicicletas por doquier.
Caminábamos, e íbamos escuchando unas melodías de guitarras y saxofones de unos músicos que estaban tocando en la calle. Allí, en la plaza principal, también se encuentra una estatua de piedra del Rey Roland construida en el medioevo.
Empezó a lloviznar, recuerden que las nubes amenazantes nos han acompañado desde que salimos de Paris, y mientras Santiago y Jota fueron a comer algo, con Pablo fuimos a la catedral con sus dos enormes torres, y subimos doscientas sesenta y seis escalones para obtener una vista de la ciudad, que lejos estuvo de sorprendernos. Por eso fue que al bajar, contamos los escalones, para saber los pasos perdidos que habíamos dado en Bremen.
Después, cerca de la plaza vimos un poco de gente aglomerada pese a la fina llovizna, y al acercarnos, vimos que estaban sacándose fotos con un monumento que consiste en cuatro animales uno parado arriba del otro. Un burro, un perro, un gato, y un gallo. Todos les agarraban las patas al burro, como si este les diera poderes, hasta una señora en silla de ruedas, se incorporó, y con su caminar defectuoso, toca las patas del burro. En ese preciso momento, lo que nos estaba causando gracia, cambió por un sentimiento de intriga total. Fue así que fuimos hasta la oficina de turismo que quedaba justo en frente para averiguar sobre lo visto. Resulta que es una historia añeja, la cual mucho no entendimos por la rapidez con que nos habló en inglés la señora que nos atendió.
Seguimos caminando, nos perdimos en unas callecitas muy pintorescas, fuimos hasta un molino, conocimos una peatonal donde hay unas estatuas de unos chanchos con su cuidador, increíblemente esto también está catalogado como atracción turística.
En fin, Bremen, una hermosa ciudad, que sin duda tiene mucho más para conocer, pero debido a los tiempos que manejamos para lograr llegar el 24 de Agosto a Finlandia para entrar al día siguiente con el Grupo a Rusia, debimos abandonar la ciudad.
Como ya era de noche, decidimos quedarnos en un camping de Bremen, y al otro día temprano salir rumbo a Hamburgo. Encontramos un camping que ya estaba cerrado, y casualmente allí nos encontramos con unos compañeros del Grupo, entre ellos el Chelo y Matías, aquellos amigos con los cuales comencé este viaje por allá por Marzo
Pese a estar cerrado, decidimos acampar de todas formas y al otro día partir antes de que abriera la recepción. Jugamos unos trucos, conversamos de la vida, y Matías nos convidó con alfajores uruguayos que le trajeron sus padres cuando se los encontró en España. Qué rico! Cerraba los ojos, y me parecía estar en Uruguay!
Después de un rato, tarde, nos fuimos a acostar bajo la permanente llovizna.
Seguro que la estatua de los cuatro animales hace referencia a "Los músicos de Bremen", una historia infantil que he visto de vez en cuando editada en Uruguay.
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