El quinto día en este pintoresco país, emprendimos viaje hacia el norte rumbo a Pokhara, ciudad que se encuentra a unos novecientos metros sobre el nivel del mar con una población de no más de un millón de habitantes. Esta ciudad es muy concurrida por turistas porque existen muchos circuitos para hacer senderismo, o más conocido como treking.
Luego de seis horas viajando por los precarios y vertiginosos caminos, llegamos al hotel, hicimos el check in y salimos a realizar un city tour.
Primero fuimos a una cascada y luego a una cueva. Paseos muy aburridos que nada tenían de exóticos. Luego fuimos a un lago entre las montañas en donde realizamos un paseo en bote. Éste sí fue paseo que llenó nuestra expectativa. Vimos el atardecer desde este lago y pudimos notar cómo se iban tiñendo de naranja los gigantescos picos nevados en el horizonte.
Cerca del lago se encuentra el centro comercial de la ciudad. Obviamente es una pequeña calle con muchos pequeños comercios que venden libros, ropa para la montaña, y cientos de tamaños y colores de pashminas y sedas. Como ya era muy tarde, sólo nos dio tiempo para recorrer unas pocas cuadras, pues debíamos regresar al hotel para cenar.
No se imaginan lo que fue el buffet de este hotel. Degusté después de tres meses de viaje, puré de papas! Y le podíamos poner queso rallado! Pero claro que no comí sólo puré, también había milanesa de pescado! Obviamente había más cosas para comer, pero estas dos cosas fueron las elegidas por la mayoría de los allí presentes, tanto, que los mozos fueron a buscar al chef, y de pie, lo ovacionamos como si de un deportista se tratase.
Al otro día, de mañana, fuimos otra vez al mercado para lograr realizar alguna compra. Entro a un local, en el cual no había nadie, ni el dueño. Me quedo viendo pashminas, y de repente corriendo entra el vendedor, y empieza a explicarme y mostrarme los diferentes tipos y calidad de la mercadería.
De más está decirles que con la pinta de gringo que me caracteriza, los precios que me daba eran realmente astronómicos. Y aquí era donde comenzaba el arte del regateo, que ya después de dos meses en Asia, se ha transformado en una especialidad de mi persona. Con la misma perorata de que no soy ni gringo ni europeo, que soy de Latinoamérica, empecé a tirar abajo los precios desubicados que me había dado.
Cuando llegamos a un acuerdo el hombre me decía que era la primer venta del día y que por favor le diga a mis amigos que vayan a comprarle a él, logrando arrepentirme del riguroso regateo obtenido, pero como dicen ellos “business are business” (negocios son negocios) y le pagué el precio que habíamos acordado.
A título informativo, la pashmina se realiza con la barba de las ovejas de montaña, con lo que para realizar una, se necesitan muchas ovejas, por eso las que son 100 % pashmina, son muy caras, razón por la cual las que compré yo, eran 70 % pashmina y 30 % seda. De todas formas son un producto de alta calidad, así que, las mujeres que reciban una pashmina de regalo, sepan están obteniendo un producto muy bueno.
Por la tarde, realizaríamos un treking por una de las montañas que rodea esta ciudad, y pasaríamos la noche en la cima de esta para ver el amanecer y poder contemplar más de cerca los picos nevados del Himalaya.
Cargamos una mochila con las cosas básicas para pasar una noche en carpa, nos abastecimos de bastante agua, y con el calzado apropiado, empezamos el treking de diez kilómetros subiendo hasta unos mil quinientos metros sobre el nivel del mar.
Por momentos fue muy dura la subida, por suerte, al no haber mucha altura, el oxígeno no escaseó, y no agravó el cansancio. Fue muy lindo el camino, con una vista panorámica hermosísima. En la montaña habían casas de barro desde donde salían corriendo niños para saludarte. Estos niños nos pedían sólo una cosa, y esa cosa no es lo que se están imaginando. Existen muchas cosas que un niño te puede pedir en las condiciones en las que viven éstos, pero los niños que salían a nuestro encuentro, lo único que pedían eran lapiceras para la escuela.
Generación tras generación se va informando de un grupo de viaje a otro, que quien vaya a las montañas de Nepal, debe llevar más de una lapicera para regalar a estos niños con afán de estudiar y aprender. Tal es así, que Martín (mi amigo y compañero de monografía), se trajo una caja desde Uruguay. Lo increíble fue que cargó con la caja desde que salió de viaje, y olvidó cargarla en la mochila. Yo compré en un almacén cinco lapiceras y no se imaginan la cara de felicidad de los cinco niños a los que se las regalé.
Al cabo de dos horas, íbamos subiendo una pendiente muy empinada, y cuando ya estaba por desplomarme del cansancio, logré divisar las carpas, lo que me dio fuerzas para seguir unos minutos más hasta la cima de la montaña.
Al llegar, después de refrescarme, lo siguiente que pretendía era ver los picos del Himalaya, pero lamentablemente estaba nublado, y no logramos verlos. Cenamos, jugamos unos trucos, y con una vista hermossa del lago, nos fuimos a dormir.
Todo estaba genial, pese a no poder ver las enormes montañas, pero en determinado momento, comenzó una noche espantosa. Es que comenzó a llover, mejor dicho a diluviar. Tanto que la carpa empezó a gotear justo arriba mío. Me tuve que correr hacia el lado de mi compañero con quien casi terminamos durmiendo cucharita. A esto si le agregamos la presencia de insectos como cucarachas y grillos, era la peor noche del viaje (después de la noche del tsunami en Hawaii, claro está).
No paraba de pensar en que no lograríamos ver las montañas por la mañana, pero increíblemente al despertar minutos antes de que salga el sol, las montañas se veían un poco dettrás de las nubes. Pero a medida que empezó a salir el sol, esas nubes se fueron evaporando, y se logró ver todos los picos en su esplendor. Tanto, que los guías no podían creer que en esta época del año, se vieran tan claramente.
Nos quedamos horas viendo semejante belleza. Nuestras párpados hacían fuerza para no pestañar y lograr captar la mayor cantidad de tiempo posible dicho paisaje. Desayunamos, y empezamos el descenso a pleno rayos del sol. Pero hoy el sol no molestaba, es que se hizo amigo en el momento que logró correr a las nubes que ocultaban al Himalaya.
Una vez en los ómnibus, emprendimos viaje hacia Kathmandú. Luego de seis horas, llegamos al hotel, descansamos, y nos dormimos felices de haber vivido unos días espectaculares. Al otro día al mediodía, dejaríamos Nepal, para hacer que India pase de ser un sueño a una realidad.
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