El reloj marcaba las cinco de la mañana cuando empezó a sonar el despertador. Me levanté, me lavé la cara, los dientes, me miré al espejo, y me dije: "hoy será el día en que veré con mis propios ojos, el Monte Everest".
Si señores, leyeron bien. Muy temprano en la mañana nos tomaríamos una avioneta con quince compañeros más para sobre volar el Himalaya y poder ver de cerca el pico más alto del mundo, “el techo” como le dicen al Monte Everest.
Teníamos el dato de que el año pasado un avión de estos pequeños se cayó, pero la falta de miedo a volar, y la excitación de lograr ver semejante montaña, hicieron que nos anotáramos a dicha excursión.
Nos fuimos al aeropuerto, y allí subimos a la avioneta para dieciséis pasajeros. La cabina de pilotos era abierta, por lo que podíamos ver cómo piloteaban el artefacto. A empezar a tomar velocidad en la pista, la adrenalina ya se sentía correr por las venas. Tomamos vuelo, y seguimos rumbo al Himalaya.
Al cabo de unos minutos, el paisaje verde se empezó a ver blanco, y los picos nevados se erguían como queriendo llegar cada vez más alto. Pero ninguno tan alto como el Everest. La única azafata nos permitió desabrocharnos los cinturones de seguridad, y nos empezó a llamar de a uno para ir a la cabina del `piloto para que éste nos señalara cual era la razón por la cual habíamos emprendido esta aventura. Allá a lo lejos me señaló la montaña más alta del mundo y me dijo "The top of the World", y en ese preciso momento se me inundaron los ojos de emoción, que tuve que esconder detrás de los lentes de sol.
Volví al asiento, y me pegué a la ventanita para seguir observando semejante belleza. Una vez que todos pasamos por la cabina, seguíamos yendo para tener una mejor vista del Monte Everest. Qué increíble! Pensar que hay gente que lo sube caminando y muchos murieron en el intento. Tanto hemos visto y escuchado de esta montaña, y ahora estábamos ahí, observándola con nuestros propios ojos.
Después de unos cincuenta minutos, aterrizamos, y nos dirigimos al hotel para desayunar y reencontrarnos con el resto del grupo para comenzar el city tour por Kathmandú.
Comenzamos a pasear por la ciudad, visitando varios templos, y en cada uno de ellos podíamos ver a los devotos haciendo ofrendas de todo tipo. Fuimos a las principales plazas, muy pintorescas, con muchas personas ofreciéndote cosas para vender. En un momento me siento al lado de un niño que vendía unas carteritas, y nos pusimos a conversar. Lo increíble es que hablábamos en español. Le preguntaba cuántos idiomas sabía, y me contaba que varios. Que en la escuela le enseñan inglés, y en la calle vendiendo, aprendió español e italiano. Era un niño muy simpático, me dijo su nombre pero no me lo acuerdo.
Es muy lindo caminar por las calles de Kathmandu, pues no solo se disfruta viendo los templos y las calles angostas, sino que también se disfruta viendo a la gente local trabajando, yendo o viniendo de la escuela, o simplemente descansando sentados en la plaza. Realmente es una ciudad que de tan fea es muy pintoresca y agradable caminar por sus calles. Claro está que muchas veces para el olfato no lo es tanto.
Como último paseo del día, fuimos presenciar cremaciones. Los hinduístas tienen como tradición quemar a los muertos en un río sagrado. El río sagrado aquí en Nepal es afluente del Ganges, y es allí donde se realizan las cremaciones. Obviamente no es un paseo demasiado agradable, pero es algo muy típico que debíamos verlo. La siguiente foto puede herir la sencibilidad de algunos, pero es algo que vi, y quiero compartirlo con ustedes.
Por esa zona vimos cientos de plantas de mariguana que crecen al lado de la calle. Una cosa de locos. También habían unos veteranos muy pintorescos observando las cremaciones.
El tercer día en Nepal, nos dirigiríamos al Parque Nacional Chitwan.
Por esa zona vimos cientos de plantas de mariguana que crecen al lado de la calle. Una cosa de locos. También habían unos veteranos muy pintorescos observando las cremaciones.
El tercer día en Nepal, nos dirigiríamos al Parque Nacional Chitwan.
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