En este quinto día en este país con una historia tan rica, nos dirigimos al lugar que origina que Xi-An sea una de las ciudades más visitadas de China, el Mausoleo de los Soldados de Terracota.
Aquí no sólo vimos lo que estamos acostumbrados a ver en fotos y demás, sino que aprendimos muchísimo sobre la historia que rodea a estos soldados de terracota (“terra” es tierra, “cota” es cocida). Por ejemplo la razón por la cual fueron hechos. Es que el emperador quería estar protegido cuando lo enterraran en su lecho de muerte. En principio quería enterrar a soldados vivos, pero su consejero justamente le recomendó no hacerlo para no ponerse a la gente en contra, fue por eso que ordenó hacerlos de tierra cocida para que perduren con el paso del tiempo, y vaya si perduraron, más de dos mil años.
Se estima que enterrados quedan muchísimos, pero el trabajo arqueológico es un trabajo tan delicado y tan lento que llevará años desenterrar el resto.
Una de las cosas que más me llamó la atención es que en realidad la gran mayoría de los soldados están reconstruidos, por eso también se encuentran soldados a medio desenterrar, o rotos, para que veamos como están en realidad, y con la reconstrucción valoremos lo que fueron capaces de hacer por la orden de un emperador.
Por ejemplo una cosa que no sabía es que los soldados estaban pintados de colores, los cuales una vez desenterrados fueron desapareciendo. Indudablemente esto debería ser la octava maravilla del mundo. Con el sólo hecho de saber que cada rostro de cada soldado era diferente a otro, que hicieron detalles tales como poner soldados gordos y flacos, altos y bajos, diferentes peinados y vestimenta según el rango y muchas otras cosas más, hacen que esto sea una verdadera maravilla.
Una particularidad de este lugar, es que en la parte en donde venden souvenires, se encontraba el campesino que encontró enterrados a los Soldados de Terracota en el año 1974. Este señor ahora trabaja allí firmando los libros que uno compra. Lo cómico de esto es que viendo fotos de compañeros que fueron por fuera del Grupo unas horas antes, nos dimos cuenta que este señor era distinto, por lo que se trata de un cuento chino esto del verdadero campesino. Ahí entendí el por qué este chanta no se dejaba sacar fotos.
De allí nos fuimos a comer, y luego tras no tener más programa para el día, nos fuimos a caminar por el barrio musulmán, cerca de donde habíamos estado la noche anterior con Miguel, Alejandra y Mariana.
Este barrio es muy pintoresco, en sus calles vendían de todo. Desde ropa hasta comida. Me hizo acordar muchísimo a la feria de Tristán Narvaja allá en Montevideo. El colorido y el aroma, fueron cosas que hicieron de la caminata, un paseo exótico y divertido. Perdiéndonos por esas calles y callejones pasamos horas viendo cada detalle y viviendo cada instante como queriéndolo atesorar para siempre.
Cenamos en el centro, pero sin animarnos a comer lo que ofrecían en las calles, no por lo que vendían en sí, sino por la higiene que no generaba demasiada confianza.
Tras haber vivido unas horas codo a codo con los lugareños, nos fuimos a descansar al hotel, pues en la mañana ya partíamos a Shangai.
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