Me levanté temprano, y mientras los chiquilines dormían, aproveché para escribir en el blog, subir fotos, y hablar con la flía.
Una vez todos despiertos, fuimos en ómnibus público hasta las Cuevas Batu. Siempre nos trasladamos caminando, pero también intentamos hacerlo en transporte público, ya sea en subte, en metro, o en ómnibus. La razón es muy fácil, para vivir junto con los lugareños unos minutos de su vida cotidiana, yendo al trabajo, o a la escuela, utilizando alguno de dichos medios de transporte.
Estas grandes cuevas se encuentran en una montaña cerca de la ciudad, en donde hay unos templos hindúes. En la entrada una gran estatua dorada. Hay que subir unos trescientos escalones para entrar a las cuevas. No se crean que contamos los escalones uno por uno, nos informamos de ello, nada más. Durante la subida se aprecian monos caminando al lado de uno.
Tal vez era mucha la expectativa de dichas cuevas, que provocó que al verlas, no nos impactaran demasiado. Una vez dada por satisfecha nuestra visita a este lugar, nos fuimos nuevamente a la ciudad a conocer otra de las grandes atracciones turísticas como lo es el Museo de Arte Islámico.
Nos bajamos del ómnibus en un gran parque con una enorme bandera de Malasia y de allí caminamos hasta el museo. Particularmente, los museos no son cosas que me atraigan demasiado, no es porque no me interesen, sino porque mi ansiedad no permite detenerme por más de un minuto frente a una pintura, escultura, o algún otro tipo de obra de arte.
De todas formas disfruté mucho de este museo, pues vi antigüedades espectaculares, realizadas en siglos pasados. También disfruté muchísimo el aire acondicionado, pues en la calle la temperatura era altísima.
Por último nos fuimos al hostal, para descansar un poco, pues a las cuatro de la mañana debíamos tomarnos un ómnibus que nos llevara al aeropuerto para tomarnos el avión con destino a Manila, capital de Filipinas.
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