Llegamos a Sydney a las cuatro de la tarde, sacamos 90 dólares australianos (algo así como 100 dólares americanos) para cuarenta y ocho horas de estadía en esta ciudad. Es un presupuesto muy pero muy corto para una de las ciudades más caras del mundo. Por ejemplo un agua de medio litro cuesta tres dólares australianos, un sándwich caliente siete dólares. Es una locura. Por lo tanto hice doce horas de ayuno, alimentándome recién a las once de la mañana del día siguiente con el café con leche más caro de mi vida, y unas galletitas dulces que de tan baratas, eran incomibles.
Pero hablemos primero del primer día en esta ciudad. Cuando llegamos al hostal, nos encontramos con Nacho y con Matías que habían llegado primeros, pues teníamos distintos vuelos. Ellos ya habían hecho un mini tour por la ciudad, y yo con mi ansiedad ya quería salir a caminar por las calles de Sydney y llegar al Opera House, icono de esta ciudad australiana.
Fue así que convencí al Chelo para salir a caminar. Obviamente ya estaba oscureciendo y logramos ver el Opera House de noche. Parecía mentira estar viendo semejante construcción en vivo y en directo. Si bien no se apreciaba tanto como se puede hacer de día, disfrutamos mucho la caminata por esos muelles al estilo Puerto Madero. Ahí sí los precios eran astronómicos. Una porción de pastas costaba unos cincuenta dólares. Precios acordes a los enormes yates aparcados en el muelle.
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