Nuestro siguiente destino era Locarno, ciudad al sur de Suiza donde vive mi hermana. Lugar a donde había ido hacía dos semanas a verla a ella, a mi sobrina, y a mis padres.
No podíamos ir de manera directa, pues no existe ruta que atraviese a lo largo los Alpes. Por lo tanto teníamos dos alternativas. Una era subir al norte y empezar a bajar por el medio de suiza; y la otra era ir hacia el sur, a territorio italiano, y luego empezar a subir.
La primera opción no me pareció la más conveniente puesto que en los próximos días iremos al centro de Suiza, y tomaremos gran parte de esa ruta. Por lo que nos decidimos por ir pasando previamente por Italia.
Pero además, este camino tenía un condimento muy fuerte: el Mont Blanc. Esto es la montaña más alta de Europa, con sus 4.810 metros de altura que hacen que en su cumbre haya nieves eternas, y decenas de glaciares con sus hielos milenarios.
Recuerden que cuando salimos de Ginebra en la mañana, la lluvia golpeaba incesantemente el parabrisa del auto. Cuando empezamos a cruzar los Alpes de Norte a Sur, las nubes no permitían ver las cimas de las montañas más altas. Cuando nos topamos con el Mont Blanc, nos quedamos azorados de su gran tamaño, y si bien no pudimos ver su cúspide, vimos sus laderas cubiertas de nieve.
La ruta nos dejaba unos paisajes increíbles, mucho más disfrutables sin lluvia, pero de todas formas no parábamos de maravillarnos. Cuando empezamos a subir esta gran montaña, la altura se hacía sentir al taparse los oídos.
De repente, al cabo de una sinuosa curva, nos topamos con un enorme glaciar, su nombre: Bossons. Era increíble lo cerca que lo veíamos. Estaba como colgando de la montaña.
Obviamente para cruzar el Mont Blanc, no se sube hasta la cima, sino que se debe cruzar un túnel de unos once kilómetros, los cuales duelen unos treinta y seis euros de peaje, que sumados al resto de peajes pagados con posterioridad ya en territorio italiano, dan una espeluznante cifra de algo más de sesenta euros.
Pero señores, seamos sinceros, los volvería a pagar con tal de ver los paisajes de la zona. Y si se lograran ver con el cielo despejado, pagaría aún más.
Pero antes de cruzar el túnel, precisamente una curva antes, vimos al costado de la ruta como un techito, y allí decidimos armar la mesa para almorzar. Es verdad que Cecilia terminó comiendo con la frazada en su falda, pero nos dimos el lujo de comer unos exquisitos tallarines en el Mont Blanc, a metros de uno de sus glaciares.
Luego de almorzar, de cruzar el túnel, y de salir de la autopista italiana con sus elevados peajes, nos encontramos con el Lago Mayor, que es un lago alargado de Norte a Sur, y que por la mitad se encuentra la frontera italiana-suiza. Locarno está ubicado al Norte donde termina el lago.
Pero antes de llegar a la casa de mi hermana, era tanto el dolor de cabeza que tenía después de viajar tantos kilómetros concentrado en la ruta mojada por la lluvia, que decidimos pasar la noche unos kilómetros antes, en un hermosísimo lugar de Italia llamado Verbania. Este pueblo se encuentra al igual que Locarno, a orillas del lago.
Tras encontrar un espectacular hostal perdido entre las calles de la ladera de la montaña, pudimos descansar de un día lluvioso, pero con el placer de haber visto la montaña más alta de Europa.
Al otro día por la mañana, con el sol imponiendo su presencia en el cielo, fuimos unos minutos a ver cómo cambia el paisaje de lagos y montañas con un sol brillante.
Verbania, al igual que todos los pueblos que quedan a la orilla de este lago, es un lugar muy pintoresco. Empezamos a ir por un camino bordeando el lago, hasta llegar luego de cruzar la frontera, a Locarno. Allí, nos reencontraríamos con mi hermana, para pasar cuatro días en familia.
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