Llegamos a Venecia. Pero por la imposibilidad de pagar un hotel o un hostal en dicha ciudad, nos fuimos a un camping muy bueno y bastante barato en Mestre, ciudad ubicada a un kilómetro o dos de la propia Venecia.
Desde allí, un ómnibus nos llevaba a esta ciudad italiana famosa por sus canales, por sus calles que en verdad son peatonales, por sus góndolas y sus gondoleros con las remeras rayadas, por sus máscaras teatrales en los puestos de souvenires, y por su gran Plaza de San Marcos como punto de reencuentro de todos los turístas que diariamente se dirigen a este destino particular.
¿Qué decirles de Venecia que ya no sepan? En mi caso personal, es la segunda vez que veo esta ciudad, y aún así me sorprendió como si fuese la primera vez. Es que en esta oportunidad, es verano, y no llevaba conmigo la bufanda ni el gorro. Todo está más vivo, más turistas, más movimiento.
Caminamos, y casi de forma inevitable, nos perdimos entre las angostas calles; pero uno disfruta perderse en esta ciudad, pues cada rincón es pintoresco. Cuando al fin llegamos a la Plaza de San Marcos, nos quedamos largo rato charlando de todo un poco, viviendo el lugar, y disfrutándolo con cada bocanada de aire que dábamos para seguir conversando.
Después de toda la tarde allí, regresamos al camping, dormimos, y al otro día de mañana, estaba pronto para una sorpresa. Sorpresa de la cual los chiquilines fueron cómplices, y de la cual se enterarán en la próxima publicación.
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