Tras un viaje de unas cinco horas desde Munich, contemplando los Alpes Suizos durante gran parte del camino, llegamos a la capital austriaca de Viena. Nos fuimos a hospedar a un camping, donde se encontraban unas ocho compañeras del grupo, unas de las cuales es la novia de Jota.
Como ya era de tardecita, y la lluvia nos seguía desde la Oktoberfest, preferimos quedarnos y disfrutar de las instalaciones del camping. Más al enterarnos de que nuestras compañeras iban a cocinar chivitos!
Nos quedamos charlando de todo un poco, mientras esperábamos semejante cena. Realmente exquisitos. Un placer comer chivitos en esta parte del mundo.
Al otro día, parecía un sueño despertarse dentro de la carpa y no sentir el tortuoso ruido de las gotas golpeando el techo. Desperté a los chiquilines, menos a Jota que era obvio preferiría quedarse junto a su novia todo el día, y después de desayunar, nos dirigimos en el auto al centro de Viena.
Con las nubes amenazantes en el cielo, dejamos estacionado el auto, y empezamos a caminar por las calles de la ciudad.
Sinceramente esperaba que esta capital europea, me sorprendiera mucho más, tal vez fueron las finas gotas que en un momento comenzaron a caer, que teñían la ciudad de un gris y húmedo aspecto.
De todas formas seguimos caminando, pasamos por el parlamento, por la embajada uruguaya que nos sorprendió al dar vuelta una esquina, por el ayuntamiento de la ciudad, por el teatro, y varias iglesias.
Una peculiaridad que nos llamó la atención, es el escudo del país. Un águila que con sus garras que parecen haber estado encadenadas, sostienen separadamente una hoz y un martillo. En un momento, pensamos que era como símbolo de que no querían el comunismo, pero no encontramos ninguna información al respecto. Simplemente que la hoz representa a la agricultura, y el martillo a la industria, pero nada encontramos del significado de las cadenas rotas.
En fin, en un momento, el viento se hizo sentir, y el frío empezó a calar los huesos. No sé si el frío se debe a que estamos muy cerca de los Alpes, o simplemente del día horrible que nos tocó para conocer la ciudad donde falleció Mozart. Pero la cuestión es que a mitad de la tarde, ya nos fuimos al camping.
A la hora de la cena, volvimos a ser agasajados por nuestras compañeras. En esta ocasión con albóndigas.
No sé si Viena nos apasionó como otras capitales europeas, pero las cenas de ambas noches, bien valieron la pena la visita a la ciudad.
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