Una vez que logramos pasar la frontera y entrar a Israel, nos dirigimos a Masada. Esto es una especie de fuerte construido allá por el siglo primero Antes de Cristo sobre la cima de una meseta. Su importancia radica por varios motivos, uno de los cuales es porque cuando los romanos llegaron al desierto de Judea para conquistar esta zona, los judíos, vieron su derrota inminente con lo cual se suicidaron todos. Por lo que Masada es un símbolo de nacionalismo judío.
Como nos demoramos en el paso de frontera, teníamos muy poco tiempo para recorrer la fortaleza, más aún si le sumamos el tiempo destinado a almorzar y a la subida hasta la meseta en teleférico. Tuvimos tan solo veinte minutos, con lo que no nos dio para recorrerla en su totalidad.
Desde allí arriba, se veía el Mar Muerto, el cual sería nuestra próxima visita. Sinceramente poco me importaba la fortaleza, sólo quería llegar a este mar para sumergirme en sus saladas aguas. Junto con la Muralla China, el Taj Mahal, Las Pirámides y la Ciudad de Petra, el Mar Muerto lo consideraba uno de los puntos más fuertes del viaje.
Cuando llegamos al estacionamiento, fui el primero en bajarme del ómnibus, es que mi ansiedad hacía que mis pies aceleraran el paso. Cuando llegamos a la orilla, vimos las piedras teñidas de blanco, no era nieve, era la sal solidificada.
Para los perdidos, debo introducirlos e informarles que el Mar Muerto lleva este nombre, porque tiene tanta sal, que no existen seres vivos en sus aguas. Dos de las peculiaridades que posee, es que se encuentra a cuatrocientos treinta metros por debajo del nivel del mar, y que por poseer tanta sal, esto hace que se flote sin esfuerzo alguno.
Toda la vida escuché de este mar, pero no fue hasta meterme en él, que entendí realmente lo salado que es, y cómo se flota.
Los guías nos habían recomendado no meter la cabeza bajo el agua, porque tan sólo una gota en el ojo, bastaría para arruinarnos el día. Que si no le creíamos, que probemos con mojarnos el dedo y tocarlo con la lengua. Obviamente lo hice, y pucha que es salada! Peor que meterse un puñado de sal en la boca, es que la sal que posee este mar, esta compuesto por sales de diferentes minerales.
Después, lo más divertido de todo, es ver como se puede flotar. Acostado boca abajo, boca arriba, de costado, sentado, arrodillado, hasta parado. Es más, hacíamos fuerza para hundirnos, y el agua ejercía una presión hacia arriba, que impedía hacerlo.
Pasé mucho rato divirtiéndome de las muchas formas que uno puede flotar. Hasta se puede caminar y todo. En realidad con el movimiento de bicicleta, ya se podía avanzar.
Otra cosa no menos importante, es que al meterte en el agua, te enterás de todas las lastimaduras y pequeños cortes que uno tiene en el cuerpo, es que te arde muchísimo. Yo por mi parte procuré no comerme las uñas y no afeitarme durante los dos días previos a esta visita. Gracias a ello soporté algún pequeño ardor. Muchos compañeros debieron salir desaforadamente a bañarse en unas duchas de agua dulce cercanas a la orilla.
Otra cosa que se suele hacer en el Mar Muerto, es embadurnarse el cuerpo con barro, pues contiene no sé qué propiedades que hace que la piel se rejuvenezca. No sé si será cierto, la cosa es que lo hice, quedando con un hedor a cloaca importante. No sé si el barro utilizado fue el correcto, pero el olor era insoportable, inclusive luego de enjuagarnos y pasarnos jabón, ese olor permanecía. Obviamente las mujeres estaban locas de la vida y gritaban y festejaban por lo suave que les había quedado la piel. Reafirmando como dijo una vez Maquiavelo que el fin justifica los medios.
En fin, disfruté muchísimo del Mar Muerto, viendo cómo las montañas rojizas del otro lado de la orilla, pertenecientes a Jordania, se reflejaban en el mar.
Finalmente, subimos a los ómnibus, y comenzamos a ascender (porque recuerden que estábamos por debajo del nivel del mar), rumbo a la capital Jerusalem.
Llegamos a esta histórica ciudad por la noche, hicimos el check in, y fuimos a hacer un pequeño surtido al supermercado, pues aquí en Israel todo es muy pero muy caro.
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