La última noche en Vietnam, nos juntamos no sólo para despedir este maravilloso país, sino que también para despedir a Miguel, que retornaría a Uruguay en los próximos días.
Después del buffet libre, salimos a un pub en donde logramos poner un pendrive con música de pachanga para bailar como si estuviésemos en nuestro querido país. El problema fue que a las doce de la noche, en esa zona de la ciudad, ya no se puede escuchar música fuerte, y cierran todas las discotecas.
Le preguntamos al dj por un lugar donde seguir bailando, y sólo nos dijo un nombre que ya no recuerdo. Lo que sí sé, es que ese nombre se lo repetimos a los cinco taxistas, pues éramos tantos que debimos parar a más de un taxi, y sin saber a dónde íbamos, arrancamos en caravana a ese lugar.
Cuando agarraron la autopista, en nuestras caras ya se notaba un dejo de preocupación y nerviosismo, y ni les cuento cuando saliendo de la autopista pasamos por un barrio extraño, y parando a la orilla de un río, pararon los taxistas y nos bajamos. Y allí estábamos, a la orilla de un río, en un barrio no muy acogedor, en busca de una discoteca en donde poder seguir la diversión.
La cuestión es que la discoteca era como una especie de barco, más bien una chalana entre medio de embarcaciones abandonadas y oxidadas. Para lograr llegar a la puerta, debimos pasar por una pasarela flotante de unos cincuenta metros al ras del agua, razón por la cual n o podíamos cruzar todos juntos, pues corríamos el riesgo de caernos en esa agua oscura.
Al llegar a la puerta del local, ya se escuchaba la música, mientras los murciélagos revoloteaban a nuestro alrededor como queriéndonos dar una danza de bienvenida. Entramos, y la música estaba muy buena, si bien no pudimos poner la nuestra, nos divertimos muchísimo.
Como siempre, nos integramos muy bien con la gente que también estaba allí en busca de diversión. Terminando bailando en una ronda gigante siempre con alguna pareja bailando en el medio.
Ya muy cansados de bailar, nos fuimos del lugar con los mismos taxistas que sin saberlo nos estaban esperando para regresarnos al centro de la ciudad.
La verdad que no podíamos creer el lugar a donde fuimos (por no decir antro). Lo importante es que estando en grupo grande nos sentíamos seguros, y eso nos permitió divertirnos de gran manera en la despedida de Miguel.
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