Me despierto temprano en la mañana y aún sigo sintiendo ruido de lluvia. Me levanto resignado, amargado, me dirijo al balcón, y nada de lluvia! El ruido que escuchaba, era el del río con esos rápidos que asustaban sólo de verlos. Me volvió el alma al cuerpo! No llovía más!
Nos levantamos todos, desayunamos, aprontamos las mochilas, y partimos rumbo al corazón de la selva del norte de Sumatra.
Para comenzar la caminata, debimos cruzar el río en una especie de canoa a la cual le entraba agua a raudales. Ésta canoa la cinchaban con una cuerda desde la otra orilla. Una vez del otro lado, apretamos los dientes, y empezamos a caminar por ese suelo agreste, mucho barro (por la lluvia de la noche anterior), muchas hojas de distinto tipo de vegetación, muchos insectos, mucho calor!
No se imaginan la humedad que hay en la selva, estás parado tranquilo, y las gotas de transpiración salen por todos tus poros. Fundamental la hidratación.
Pasamos por un lugar donde unos hombres alimentan a los orangutanes, ahí por primera vez vimos a estos extraordinarios mamíferos que pueden llegar a estar colgados de los árboles por más de tres horas sin soltarse. Imagínense la fuerza de sus extremidades. De ahí la necesidad de ir con dos guías en esta aventura, para prevenir enfrentamientos con orangutanes agresivos.
Seguimos nuestra caminata ya felices de haber visto a estos animales en su hábitat natural. Mucho cansancio al caminar subiendo y bajando colinas, entre ramas, barro, y mucha vegetación. Por momentos se hacía casi que imposible el paso. Con el sólo hecho de imaginarme la cantidad de insectos y reptiles que deben de vivir por debajo de las hojas marchitas del suelo, se me paralizaba el corazón. Vimos por ejemplo hormigas de más de dos centímetros de largo, eran enormes. Estos insectos nos acompañaron durante toda la travesía.
En un determinado momento, nos topamos con un mono, los llamados punky monkies, pues tienen una cresta en su cabeza muy cómica. Llegamos a estar a menos de un metro de este animal, el cual se encontraba muy tranquilo sentado en una rama. Aprovechamos para sacarnos fotos, y seguimos con destino al precario campamento que nos esperaba a la orilla del río.
Las lianas, fueron nuestras aliadas a lo largo de toda la caminata, pues sin aferrarnos a ellas en cada paso que dábamos, hubiese sido imposible transitar por la selva.
Matías no paraba de asombrarse de la cantidad de ruido que hay en la selva, es que si no eran los gritos de los monos, eran los insectos y pájaros que hacían que el silencio nunca se hiciera presente.
Volvimos a ver orangutanes a lo alto de un árbol. Observamos sus movimientos, cómo se desplazan de un árbol a otro utilizando su peso para doblar la rama y pararse en otra. Ésta es una de las tantas diferencias con otros monos que saltan de un árbol a otro.
Al llegar a una cañada tupida de vegetación, paramos a refrescarnos y a almorzar. Sentados en las piedras comimos con la mano arroz con vegetales hervidos que traían los dos guías en sus mochilas. Muy rica la comida, hasta postre y todo. Comimos ananá. Y ahí en el medio de la nada, sentados en las piedras de una cañada, tuvimos nuestra primera ingesta en la selva.
Seguimos nuestra agotadora caminata viendo monos en los árboles. De repente empezamos a sentir truenos, amenazando con lanzar agua en cualquier momento. Ahí empecé con la ansiedad de querer llegar al campamento, pues si ya era resbaladizo con lo que había llovido en la noche anterior, no me quería imaginar lo que podía llegar a ser la caminata bajo lluvia. Por suerte la naturaleza estuvo de nuestro lado, y no llovió hasta unas horas después.
Faltando poco para llegar al campamento, cruzamos otra cañada, piso unas piedras, y me voy de canto al agua! Los dos pies y la cola al agua! Qué bronca! El calzado mojado. Seguí el camino chapoteando.
Tras seis horas de caminar en la selva, llegamos al campamento que se ubicaba en la orilla del río, el mismo río en el que se encuentra Bukit Lawang. Allí nos esperaba el cocinero, Ahmad Ray, un hombre gordo, robusto, y muy cómico. Mientras él cocinaba, nosotros aprovechamos para refrescarnos en el río de agua cristalina. Debíamos bañarnos en la orilla, pues la corriente, fuertísima amenazaba siempre con arrastrarte.
Tomamos café caliente con galletitas, y recién allí, empezó a llover mansamente. Ahmad Ray seguía cocinando, mientras nosotros nos poníamos ropa seca, y acomodábamos nuestras cosas en la tienda. Yo seguía preocupado por mi calzado empapado.
Uno de los guías, Willpan, empezó a armar lo que luego sería una gran fogata que serviría para iluminar la zona, ahuyentar a los animales, y secar mi calzado. A éste guía, lo llamábamos el niño de la selva por su parecido al protagonista de dicha película. Era muy tímido, hablaba poco y observaba muchísimo.
El otro guía, Cucumber, ayudaba con todos los preparativos de la cena, mientras Ahmad Ray seguía cocinando. Nos causaba demasiada gracia el hecho de que se pasó cocinando toda la tarde. A la hora de la cena, las siete de la tarde, ya sin luz natural, nos preparamos para degustar los exquisitos platos a la luz de las velas, y alguna linterna que ayudaba a divisar mejor qué era lo que estábamos comiendo.
Una vez satisfechos del gran banquete, nos preguntábamos qué hacer para matar el tiempo hasta la hora de dormir. Pero Ahmad Ray y Cucumber tenían todo planeado; empezaron a realizar trucos con cartas de póker. Ellos lo llamaban “Budú Magic”. Nos entretuvieron bastante, e incluso nos enseñaron los trucos. Después nos desafiaron con varios juegos excelentes de lógica utilizando palitos. Y así riéndonos y conversando, de todo un poco, pasaron las horas, y el cansancio dijo basta, y nos dormimos. De más está decir, que descansamos acostados encima de una colchoneta de dos centímetros de alto. Pero la experiencia única hacía olvidarnos de esa incomodidad. Y ahí estábamos todos, acostados en la tienda, con la selva alrededor.
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