sábado, 30 de abril de 2011

LLEGADA A BEIJING

La llegada a Biejing fue una travesía de principio a fin. No sólo por el hecho de estar en viaje al rededor de cuarenta y ocho horas entre vuelos y esperas en aeropuertos, sino que también por cómo logramos junto a Matías y Martín llegar hasta el hostal.

El tamaño del aeropuerto de esta ciudad, es directamente proporcional a la cantidad de personas que viven aquí, pero no así con las personas que usan esta terminal de transporte, pues aquí se suele trasladarse mucho en tren por razones económicas. 

La explicación por la cual el aeropuerto es realmente enorme, tanto que tuvimos que tomarnos un tren para ir a buscar nuestro equipaje dentro de la misma terminal, es porque se refaccionó para las Olimpíadas de Beijing 2008.

Llegamos, y tras sacar dinero del cajero, fuimos en busca de un taxi. Matías se había encargado del tema del hostal, y él tenía en su computadora un mapa con la dirección para llegar a descansar lo antes posible.

Grande fue la sorpresa, cuando descubrimos que aquí NO hablan inglés y ni siquiera hacen el esfuerzo por entenderte. Muchos negaban con la cabeza diciendo no sé que cosa en chino y se iban y nos dejaban en el medio de la calle con las mochilas tiradas en la calle. Venía otro taxi y lo mismo, resongaban y decían que no, que no. Es que claro, la dirección la teníamos anotada en inglés, no en su idioma.

En un momento un taxista que lo único que sabía decir en inglés era "hello" y "OK", se hizo entender y tras ver el mapa, nos subió las mochilas al auto y nosotros también subimos.

Aquí no termina la historia, recién comienza!

A altas velocidades (a 140 km en la hora) arrancamos por la autopista mientras el conductor fumaba, y hablaba por celular. Yo iba adelante y me aseguré con el cinturón por cualquier eventualidad.

De repente, vemos como se pasa al carril contrario, baja la ventanilla, saca la mano, y de otro auto que venía en dirección contraria, recibe un papelito, todo esto sin detenerse. Con los chiquilines nos miramos y no entendíamos nada, mucho menos cuando tras dicha maniobra, el taxista se reía con vehemencia, tanto, que no sabíamos si reirnos, o llorar de preocupación. Obviamente esa maniobra significó ahorrarse el peaje que cruzamos unos kilómetros después.

Pero no se levanten de sus butacas señores! la función aún continuaba...

Nos hizo señas de que quería ver otra vez el mapa, y ahí nos dimos cuenta que no tenía la más remota idea de a dónde debía llevarnos. LLamó a una operadora, y me la pasó para que hablara con ella y le deletreara primero el nombre del hostal, y tras no encontrarlo en alguna base de datos, preguntó por la dirección, y obviamente no me entendió muy bien, o no me hice entender muy bien, y tampoco encontró la dirección. Era muy tragicómico verme en un taxi en una de las ciudades más pobladas del mundo, de noche, hablando por el celular del taxista con una operadora que nos haga de GPS a través de ese celular, que como si fuera poco, se estaba quedando sin batería, y eso al taxista le causaba muchísima gracia, y seguía riéndose como un desquiciado.

A punto estábamos de entrar en pánico, cuando por obra de magia entre un parrafo en la computadora de Mati, encontramos unas letras chinas que sin saber qué significaban, pero con la ilusión de que fuese nuestra salvación, se la mostramos, y tras unos diez o quince Ok's que dijo sin respirar, llegamos al tan ansiado hostal para descansar de tanta tensión vivida.

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